jueves, 16 de diciembre de 2010

*+* Apadrine un músico, patrocine el regreso de Lamb *+*


Desde que los grupos musicales han desembarcado en las redes sociales más de uno se ha descubierto como su propio mayor fan. El concepto de groupie parece extenderse más allá de los seguidores, y los cantantes, iPhone en mano, acumulan más actualizaciones que la web de un diario nacional. Con el ceño fruncido me pregunto si Facebook y Twitter serán capaces de hacerles reducir costes en marqueting y promoción.

"Spent the weekend doing the first Lamb photoshoot in 6 years ;-)" escribe Lou Rhodes anunciando el regreso del dúo de Manchester en plena gira de One good thing. Una vuelta que llega acompañada de la propuesta de un proyecto colectivo.

KT Tunstall fue la primera en ponerme la mosca detrás de la oreja con el concepto preorder. Comprar por adelantado un disco al que aún le faltan meses para estar listo. Por si le huele a gato encerrado, se le muestra la portada e incluso las ilustraciones del interior del álbum. ¿Y si la escocesa se arrepiente a mitad de grabación? ¿Y si la discográfica se echa atrás? ¿Y si la banda se separa antes?

Lou Rhodes -sobre quien me fastidia escribir antes de haber podido publicar un post íntegro para ella- y Andy Barlow van un paso más allá. Su proyecto colectivo no es un brainstorm abierto para el rodaje de un videoclip o la remezcla de un single. Tampoco un wikidisco capaz de asimilar musas ajenas. Lo suyo es una cooperativa global y libre que haga las veces de inversor. ¿Quiere que Lamb regrese? Pues subvencione su nuevo disco.

"Te pedimos tu sponsorship para no entregar nuestras almas a ninguna empresa. Preordering 5 ayudarás a hacerlo posible". £15.55 la Special Limited Edition y 23 el vinilo doble con posibilidad, también, de formato descarga. Con cada compra asegurada -y previa- intentarán pagar la grabación, mastering y demás enredos del álbum. No sé si la propuesta de apadrinar al dúo que comparte logo con Norit me mosquea o me hace gracia.

La pregunta es obvia: ¿qué les pasó a los de Manchester con las discográficas para acabar recurriendo a la colecta? "Una de las principales causas de nuestra necesidad de escapar, de parar, fue la experiencia de hacer música y firmar con un sello que intentaba dirigirla y convertirla en un producto que fuera cualquier cosa menos algo creativamente libre. Lamb tenía que ser siempre innovación y romper los límites sin restricciones", explica Lou Rhodes a través de la nueva web de la banda.

Dicen que su camino se tornó "un poco demasiado -con esas expresiones enrevesadas del inglés- recto, dirigido". En 2004 decidieron repartir beneficios y emprender sus carreras en solitario. Ella, explotando la vía folk acústica que ya se intuía en Lamb. Él, con el proyecto Luna Seeds y desarrollando su carrera como productor de, entre otros, -oh sorpresa-, el Distance and time de Fink.

¿Tan duro fue el éxito para Lamb? Lo dudo. En Reino Unido consiguieron convertirse en un boom que, de rebote, llegó a otros países europeos. Un dúo que fusionaba drum&bass, jazz, dub, influencias acústicas, algo de electrónica, otro tanto de chill out y que -según Wikipedia- estaba más cerca de la ola de trip hop que inundó Bristol en los 90 que de su Manchester natal. Pero en su currículum y sus cuatro álbumes de estudio -remakes y directos aparte- no figura mayor discográfica que Fontana, Polygram o Koch Records.

El festival The Big Chill logró reunirles de nuevo sobre el escenario en 2009. Una vuelta que acabó por convertirse en una mini gira. Ahora -y después de largas conversaciones telefónicas- 5 les devuelve al estudio. Su quinto disco que prevé publicarse el 5 de mayo de 2011. "Así que después de este tiempo en el estudio hay algo fresco y nuevo en la música que estamos escribiendo. Algo que no había ocurrido desde nuestro álbum homónimo cuando aún no nos preocupaba lo que la gente pensara de nuestro trabajo. Siempre hemos dicho que no haríamos un nuevo disco hasta que no tuviéramos algo nuevo que decir. Y ese momento ha llegado", sigue Lou.

Así que no lo dude, conviértase en accionista de esta especie de Lamb S.A. Su recompensa será una edición especial del álbum con un libro de artista exclusivo en el que figurará su nombre como contribuyente. Además, estará puntualmente informado de los avances en el proyecto. Lou y Andy nunca se fundirían su dinero así por las buenas. Y, por si fuera poco, dispondrá en breve de un adelanto de dos temas: She Walks y Strong the root. Si ya tienen la sesión de fotos hecha, seguro que va rodado.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

*+* 'Io sono l'amore', la fragilidad de los reductos *+*

Minuto 6:40. Un plano de la casa de los Recchi guarda la esencia de toda la familia. Ojos de voyeur acercándose por un pasillo hasta una puerta entreabierta al fondo. La imagen congelada es fotográficamente inmejorable. Al otro lado, la habitación del matrimonio. Una cómoda histórica, un galán de noche con ropa de hombre y dos cuadros entre lo romántico y lo tenebrista.

Me recomendaron Io sono l'amore como una película exquisita. Internet me hablaba de, "tal vez", una de las obras fundamentales en el cine italiano actual. Pero algo atrae y se aleja de esa etiqueta de "plantea cómo la sociedad actual..."

Sin pretender aclarar el debate de si Luca Guadagnino es justo heredero de Antonioni y Visconti, está claro que no estamos ante una película de didáctica sociológica. Io sono l'amore tiene la atemporalidad como una de sus principales dotes. Hará falta asistir a la gran exhibición central del clan de los Reicchi -con sus arrogancias y sus defectos incluidos- para darnos cuenta de que andamos a la vuelta de la esquina. La plasticidad y la elegancia de la preparación de la gran comida familiar -he leído tantas veces que es homenaje a 'Dublineses: los muertos de John Huston que me siento obligada a repetirlo- será el inicio del cambio. Cómo cambiará la cosa para cuando el clan vuelva a reunirse en torno a una mesa.

Con la historia armada en la mente, no puedo dejar de acordarme de Bearn o la sala de les nines de Llorenç Villalonga. Io sono l'amore es la caída de la alta burguesía milanesa, el desmoronamiento de su eternidad aparente ante la continua evolución del mundo. La atemporalidad del relato es la misma que sienten los Recchi. Un castillo de naipes que comienza a caer oficialmente con la muerte del abuelo y la designación de sus sucesores. Bajo su protección parecía asegurarse el status y la tranquilidad de la familia. Su fallecimiento es el primer mazazo de realidad. La salida de esa habitación espiada, de ese armario, al mundo que existe a este lado del espejo. El fin a un reducto irreal y frágil. Un tránsito en el que, mientras unos personajes se pierden, otros aspiran su primera bocanada de aire fresco.

Nuestra condición de voyeurs nos permite ver, en paralelo, la evolución objetiva y la subjetiva. Un cuadro que se transforma en fotografía es el detalle inicial pero nimio comparado con un emporio empresarial condenado a la globalización e incapaz de mantenerse como el negocio familiar que trajo la prosperidad a los Recchi.

La intrahistoria habla de la adaptación de los personajes ante la llegada de esa locomotra imparable que amenaza con llevárselo todo por delante. Se pierde seguridad pero se ganará libertad. Una nueva realidad a la que se aferran, conscientes o insconscientes, las dos mujeres de la familia. Tal vez sea la juventud de Betta -la hija- la que dote su proceso de una absoluta naturalidad. En cambio la de Emma, la madre, es de lo mejor que hay en la película.

La historia no es nueva. "La soporífera liberación sexual de una intrusa", titula su crítica Juan Luis Caviaro. Como cuando yo resumía Cinco horas con Mario como Diario de una maruja sin 600. Quizá hablar de frustraciones, de pasiones censuradas y de frialdad en la alta burguesía sea un tópico más que revisado. Desde luego, no busque en Io sono l'amore una sorpresa argumental.

Para mí es aquí cuando entra en juego la Casa de muñecas de Ibsen. Con una Nora encarnada por una impresionante Tilda Swinton- que encuentra el resquicio por el que volver a respirar. Una joven rusa a quien el heredero de los Recchi escoge como esposa y a quien cambia el nombre y borra su pasado a cambio de la promesa de prosperidad. Ella acepta, sin ver cómo su vida se va consumiendo en una mustia existencia de puertas adentro. Como símbolo, será ella quien presida esa segunda cena.

La cocina será el resorte. Brillante la escena de la degustación en el restaurante. Del otro lado, Antonio, el cocinero. Un hombre que -doblegados a la verosimilitud cinematográfica- la despoja de todos sus lujos para volver a amar a la persona. El primer viaje a San Remo es la exaltación de los sentidos, el latido de la vida real y tangible. Ese fundido a negro, esa sombra a la espalda. El retrato de ese paisaje bucólico en el que volverá a respirar. La escena en la que él, cuidadosamente, le quita los anillos, las pulseras, los zapatos, la blusa... ¿Hablaba Guadagnino de un amor verosímil o sólo era la liberación de Nora? Me da miedo que ese reducto perfecto sea tan frágil y artificial como el anestesiante anterior. La fuga final, es cierto, roza el absurdo y el ridículo.

Cuando acabó la película no sabía si me había gustado o no. A falta de argumento, pensemos en las formas. ¿Otra vez un film convertido en una exposición de fotografía? No exactamente. Los expertos dicen que Io sono l'amore pertenece al linaje del art cinema. Tal vez una etiqueta más donde todo vale. Llega a hacerse larga, falta de ritmo. "Es una muestra del peor cine de autor, ése tan satisfecho y pagado de sí mismo, que con aires de grandeza desprecia al espectador, y tapa sus carencias con silencios, florituras estéticas y el aplauso de los festivales", insiste Caviaro. Heredera o no de los grandes del cine italiano, el film tiene algo de grandilocuencia y bastante de autocomplaciente. ¿Parte de la excusa argumental o estética? Quizá. Así por lo menos el cine español no será el único en sentarse en el banquillo por ello.

domingo, 5 de diciembre de 2010

*+* Una hora con Claudia Llosa *+*

Foto: Alberto Vera

Tiene los ojos verdes y las manos pequeñas. Su sonrisa es limpia y franca, como su mirada. Gesticula en círculos al hablar y, a veces, se pierde en el discurso. El hemisferio periodístico se enfada ante una libreta plagada de titulares a medio construir. Palabras clave mencionadas en frases inacabadas. El hemisferio plebeyo y humano comprende. ¿Cuándo un proyecto cinematográfico fue una operación matemática? Encerrados en una sala de juntas como un desván de abuela, la sometemos a un interrogatorio intelectualoide y cultureta. Los cristales tiemblan y, fuera, estalla una tormenta. Hay oportuniadades y orgasmos mentales que hacen olvidar los horarios de medianoche y las nóminas a destiempo.

"En quechua no existe una palabra para decir 'violación'", explica Claudia Llosa. Y la afirmación cae como una losa sobre lo que aún está por venir. "Existe robo, o maltrato... o ya la vertiente positiva", añade. Una laguna léxica muestra de la mordaza que calla a las mujeres andinas. El símbolo de la impotencia de una generación que sufrió durante veinte años la violencia y los ataques de Sendero Luminoso y no pudo contarlo. "Ni siquiera la autoridad era símbolo de seguridad. El poder político también hizo mucho daño y había mucha esquizofrenia sobre de dónde te podía venir el peligro", añade. Relegadas a aquel silencio, decidieron obviar -tal vez esconder, pero no olvidar- su herida. No había nadie que las escuchase y decidieron alejarse de los recuerdos, evitar el estigma aunque fuera como víctimas. "Intentaron desvincularse de Sendero, entrar en la sociedad, modernizarse, castellanizarse". Borrar aquella parte doliente y dolorosa de sí mismas. Por eso La teta asustada tenía que llorar en quechua.

Cuando Claudia Llosa dio con aquella generación perdida, acababa de estrenar Madeinusa. La película fue tildada de "racista" y ella, de alguna forma, sintió que había tocado algunos de los resortes prohibidos de su país. Había hurgado en la herida pero muchos temas se habían quedado en la superficie.

Fue entonces cuando descsubrió el síndrome de la teta asustada. El horror vivido que aquellas mujeres andinas habían transmitido a sus hijos con la leche materna. Por extensión, el miedo, "la guerra transmitida como una enfermedad generación tras generación. Si no somos capaces de enfrentarnos a la herida, ésta se puede perpetuar", afirma.

Se enfrentó entonces a la gangrena en la que Perú había vivido desde la tragedia. Quería diseccionar ante la cámara el periodo más oscuro de su historia. El inicio de su rodaje coincidía con la constitución del Comité de la Verdad y las purgas; pero ella no quería buscar culpables ni cuestionar lo sucedido. "Una transición política no siempre resuelve lo emocional" asegura si mira, también, a España.

"Me detuve y sentí cómo mi país estaba aún en la melancolía del dolor, donde no se puede hablar ni avanzar", confiesa. No había habido quien escuchara los lamentos de la teta asustada, pero tampoco nadie capaz de detener aquella corriente subterránea que seguía carcomiendo por dentro. Ese miedo congelado y alieno era el pozo negro y sin fondo de la mirada de Magaly Solier. "La emoción contenida en un vaso que se quiebra por todas partes pero del que no se escapa el agua". "Sólo una mujer como ella podía dar ese poso dramático", escribía Gregorio Belinchón. I agree.

Desde sus ojos, desde los de Fausta, fue desde los que Llosa miró siempre la historia. Ese lamento agónico incomprendido e incomprensible. Ese luto perpetuado hasta la extenuación. Esa sensación de irrealidad, de horror ajeno... Hasta que fue madre. "Existe una responsabilidad en la información que se brinda. Es muy difícil pedírselo a alguien que ha vivido la tragedia en carne propia pero tiene que saber ser filtro, si no neutro, por lo menos limpio. Dar la posibilidad de cambiar, de no arrastrar más el conflicto", explica.

Avalada por el triunfo internacional y el Oso de Oro en Berlín, La teta asustada llegó a Perú como "una bocanada de aire fresco". Permitió que el debate se colocara en las mesas de las casas, que volviera a las portadas de los periódicos. El cine había conseguido romper la incapacidad comunicadora. "Tiene que haber una generación que diga 'hasta aquí. No puedo resolver lo que pasó pero puedo trabajar a partir de ahora. Demostrar que sí hay chance'".

jueves, 2 de diciembre de 2010

*+* 'Niño Pepita', la teletienda de los milagros *+*

"¡¡¿¿Dónde está ese pueblo??!!", exigía -más que preguntaba- un periodista a Claudia Llosa justo después de ver Madeinusa. Ella sonreía. "Si ese pueblo existiera de verdad, sería el más famoso del país y estaría en todas las guías turísticas", respondía ella. Y, como consecuencia, Madeinusa sería imposible.

La peruana sabe lo que se hace. Su cine se mueve en la estrecha franja que separa la ficción (verosímil) de la realidad. Si en Madeinusa reiventaba el atavismo de su propio país -donde subyacía una religión permisiva y hasta libertina- para hablar de la realidad de los pueblos andinos, en La teta asustada partía del horror real de los años de Sendero Luminoso para crear la ficción y hablar de cómo el ser humano es capaz de transmitir o heredar el miedo.  De la mochila transparente, el globo aerostático cargado de Yolanda Adrover. La angustia, el luto perpetuo. Pero Claudia Llosa no habla desde la política, sino desde lo emocional.

Tildaron Madeinusa de racista y ahora, a menos de tres horas para que la propia Llosa desgrane en Sa Riera los secretos de La teta asustada, YouTube devuelve su último trabajo. El cortometraje Niño Pepita. De nuevo, la frontera entre ficción y realidad. De nuevo un Perú desconocido sobre el que el espectador sería capaz de creer casi cualquier cosa. Una especie de terrorismo teatral como el que practicaban en Noviembre de Achero Mañas con predicador incluido. Inventar un servicio teletienda de milagros. Adquiera el altar -hinchable- del Niño Pepita, o el juego de cama, tal vez la camiseta. Búsquele un hueco en su casa y verá como, casi por arte de magia, sus problemas empiezan a resolverse. ¿Reconocerá cierta crítica la peruana?


domingo, 28 de noviembre de 2010

*+* 'Familia', o algo parecido *+*

Créditos finales de Familia con música de fondo. Lo que al principio fue un tango argentino ahora es un soniquete irónico como de La Mandrágora. La primera pregunta es una suerte de mea culpa: ¿Por qué yo no había visto esta película antes? Modesto pero soberbio debut de Fernando León de Aranoa.

"Cualquiera puede hacer con cautela sus ficciones sin que por ello dejen de ser ficciones", advirtió Inmanuel Kant. Aquel relato de Ficciones que hace años escribí bajo esa máxima filosófica estaba en el camino correcto pero no le llegaba ni a la suela del zapato a esta pequeña joya del cine español.

Familia es el teatro sin paredes de León de Aranoa. No hay bambalinas, ni telón, todo queda al descubierto. Una suerte de Dogville en la que el espectador cinematográfico es más espectador teatral que nunca.

Apenas pasan quince minutos hasta que los pilares de la historia están dados. Las armas, depuestas. Tras los primeros instantes de aparente normalidad -aunque con ceño fruncido- de la cinta, se desata la locura. Una artimañana que en manos de otro podría haber sido un fiasco monumental pero que con el que fuera Goya Revelación 1997 se convirtió en la excusa perfecta para un guión brillante. La aparente escena de desayuno familiar de cumpleaños con regalos es una farsa. Una mentira que se descubre de una manera tan tonta como maestra. Una pipa envuelta en papel de regalo desata la ira de Santiago: un hombre solo que ante la llegada de su cumpleaños, contrata una compañía de teatro para que sean, por un día, su familia.

"Ya está, ya lo has jodido todo. Una pipa. ¿Pero tú eres idiota o qué? Con lo bien que estaba saliendo todo y me vienes tú con esto. ¿De dónde ha salido este idiota? ¿Por qué no sabe que no fumo?". Y después la gran: "Yo no quería un hijo gordo, ni con gafas. Mira que lo dije. ¿Lo dije o no lo dije?". Enorme Juan Luis Galiardo, dicen que en uno de los momentos más dulces de su carrera. Desconcierto total en la sala. ¿Estamos ante un culebrón de padre déspota? ¿Un telefilm traumático de fin de semana? Los primeros cabos empiezan a aparecer pero necesitarán hasta el final de la película para atarse por completo.

Metateatro. Metacine. Ficción dentro de la ficción. No puede llevar más que al absurdo y a la confusión. Por mucho que lo advierta Kant. Guiones de una vida inexistente y memorizada: vacaciones en París, novios, traumas familiares incluidos. La línea que separa ficción y realidad es, inicialmente, abismal. Y como ella, la certeza de lo que está bien y lo que está mal en cada esfera. La línea tarda poco en difuminarse acelerada entre la compasión, el contrato laboral y la propia confusión. ¿Será posible construir durante 24 horas una obra para un único espectador? ¿Construir una familia? Las dudas se agolpan. ¿Protestará el contratista ante los gazapos ajenos? ¿Se atreverá alguien a dejar la función a medias, a lanzar un "¡Corten!" con el que todo se venga, irremediablemente, abajo?

Tensión. Ritmo. Guión. Ejes fundamentales de esta historia que comienza como el aparente drama de un hombre solitario para convertirse en una comedia de tiranos absurdos. ¿Será posible que una compañía de actores pierda el norte y llegue a confundir su propia ficción? Por supuesto. En el momento en que el juego empiece a perder la gracia. Cuando lo inventado se parece demasiado a la realidad. Si Carmen no es más que la fingida esposa de Santiago, ¿por qué se parece tanto a su tipo de mujer ideal? Todo empezará a resultar sospechoso. Sospechosamente cariñosos. Sospechosamente realista. Sospechosamente paternalista. Y el contrato laboral será demasiado poco para justificarlo. El triángulo Santiago-Carmen-Ventura (gran Chete Lera) no tiene desperdicio. La evolución de su historia habría convertido a Kant en un cinéfilo palomitero.

Luna -el personaje de Elena Anaya- será el encargado de recordarnos la dualidad a la que estamos asistiendo todo el tiempo. La única incapaz de perderse entre los trucos de la propia interpretación. Genial su conversación a solas con Santiago. Y, de nuevo, nadie capaz de romper el clímax de su propio montaje.

Divertida e ingeniosa sin duda. Quien quiera verá también críticas a la institución familiar, a la pérdida del contacto humano en esta sociedad y a la tristeza del oficio de actor. Además, Familia puede llevar a recordar películas como El experimento en cómo el ser humano se amolda al papel que le han dado -búsquese la metáfora metafísica y nihilista que se prefiera- y se olvida de que no es más que un guión del que puede salir en cualquier momento. Y si en algún momento vuelve a discernir es sólo para volver a confundirse. La perfección de su creación es tal que aún se sienten más las lagunas y los vacíos de la realidad real. Tanto que uno puede llegar a dar un zapatazo sobre la mesa y reivindicar su ficción como realidad elegida. Ojito, entonces, que no le pille Kant.

viernes, 26 de noviembre de 2010

*+* Casarse pa' echar cuentas I: Que no echar cuentas pa' casarse *+*

Se me ha casado una de esas primas que se pasó el primer cuarto de siglo de su vida jurando y perjurando que nunca se casaría. Mírala ahora. Convertida, concejal de Deportes mediante -la pareja es atleta confesa- en mujer de un marido. Y ahí está, zarpando en un crucero desde Málaga. "Vístanse de gala porque esta noche el capitán cenará con ustedes", les anuncian conscientes de su Luna de miel.

A su vuelta podrán estrenar, por fin, su casa. Un pequeño dúplex reformado -y a sólo dos calles del de su madre- en el que ya han puesto hasta los adornos y las babuchas al pie de la cama. Eso sí, aún no han dormido en ella aunque por su habitación ha pasado ya medio pueblo. En Herrera la cosa funciona así. No hay Ikea a posteriori ni "ya pondré las cortinas con calma" que valgan. Antes de la boda el futuro nidito de amor se convierte en una especie de casa museo de acceso gratuito y casi ilimitado. El color de la colcha puede haber corrido ya como la pólvora.

La historia empieza, en realidad, mucho antes. Cuando uno empieza a preparar la boda debe saber que hay dos fórmulas: echar cuentas para casarse o casarse para echar cuentas. Esta segunda vertiente -paradójica para quienes no la conozcan- surge del concepto boda=inversión. O, lo que es lo mismo, casarse a la herrereña.

Está claro. Casarse para echar cuentas es sacar la mayor rentabilidad posible al enlace. Una suerte de perversión económica del sacramento para la que hay que tener en cuenta dos principios iniciales:

1. Las invitaciones serán innecesarias salvo para familiares y/o amigos que no vivan en el lugar, porque...

2. Cualquier persona del pueblo que haya mantenido el mínimo contacto visual con la pareja, puede ir a la boda. Puede, incluso, sin haber tenido conocimiento previo de la misma. Si uno pasea frente a uno de los salones habilitados para tal fin -La Huerta del Cencerro AKA El Chino- y da con una boda se convierte, automáticamente, en invitado potencial. Circunstancia que lleva a nuevas perversiones como, por ejemplo, una barra libre que abastece el botellón juvenil callejero.

Si tras haber sopesado estas dos máximas uno sigue convencido del modelo de boda, tendrá que
empezar a pensar en los tres puntos de la rentabilidad.

1. Llegar al enlace sin números rojos. Es conveniente no tener que pagar el banquete o el vestido de novia con la propia recaudación para que todo el beneficio sea neto. Para ello, recurrir a la familia.

2. Cuantos más invitados, mejor. Razón por la que los mejores partidos son aquellas personas que trabajan de cara al público: camareros, peluqueras, empleados de banca, funcionarios, etc. Una boda con menos de 350 invitados puede ser un fracaso.

3. Un menú rentable.

Lo de la comida merece un desarrollo más amplio. ¿Cuántas veces hemos oído que el regalo ni siquiera pagó el cubierto? Para eso se inventaron las bodas a la herrereña. Reduzca su inversión al máximo de forma que el beneficio suba como la espuma. ¿Y qué había más barato que un cumpleaños infantil en casa? Pues eso. Elimine los sándwiches en triángulo y quédese con el resto. El menú será un aperitivo alargado: aceitunas, jamón -de calidad a sopesar-, almendras, paté, patatillas, gambas, etc. Eso sí, asegúrese de tener reservas porque siempre habrá quien quiera repetir. La antigüedad de este modelo de boda ha provocado ya la aparición de los invitados a la herrereña que, como usted, buscan la máxima rentabilidad.

Si el presupuesto llega, introduzca el plato principal estrella: carne en salsa. Mucha salsa, patatas y un par -castizo mejor que mallorquín- de tajadas de carne. La cocina de posguerra es la mejor consejera. mientras que el aperitivo se compartía por parejas o tríos, aquí habrá un plato por persona. Si no llega el presupuesto, salte directamente a los  postres a base de dulces y tarta nupcial. El final siempre será el puro para los caballeros, el "recuerdito", y la barra libre.

*+* Casarse pa' echar cuentas II: Recoger lo sembrado y otras paradojas *+*

En mi caso la pregunta es siempre la misma: ¿por qué se arreglan tanto para pelar gambas y comer almendras? No hay respuesta. La boda se convierte en una prueba de fuego para gafas de sol: azules metalizados, verdes metalizados, lilas metalizados, plateados, dorados, lentejuelas, drapeados... Y desde que se pusieran de moda los tocados, también. Mantenga la dignidad y el glamour incluso cuando moje sopas en la salsa.

Si usted es invitada forastera tiene dos opciones: mimetizarse con el entorno -en cuyo caso compre el vestuario en destino y no en origen- o siéntase Carla Bruni con un simple vestido de Mango.

Con las cucharitas de postre aún danzando sobre la mesa, llega el gran momento. Habrá alguien que rompa el hielo y que, decidido a marcharse, se despida de los novios previa entrega del famoso SOBRE. El modelo de la lista de bodas o la cuenta corriente no son compatibles con casarse a la herrereña.

A partir de ese primer invitado, los novios pueden olvidarse de seguir comiendo. El besamanos y el "cumplir" serán continuos hasta formar colas como las de Doña Manolita en plena Navidad. Algunas -sobre todo si la mesa de los novios está en una plataforma- llegan a asustar.

Asegúrese un lugar para guardar los sobres a buen recaudo y desconfíe de los que no lleven el nombre del remitente. La picaresca ha llevado a pagar con recortes de periódico y cupones caducados. Es el segundo principio del invitado que echa cuentas.

El tercero, lógicamente, es el de cuánto regalar. Decisión para la cual conviene recordar cuánto dio la familia que ahora se casa al último que se casó de la nuestra. Una situación para la que le habrá sido útil crear una lista con todos los invitados y sus aportaciones. Consérvela. Si se siente generoso, aplique la subida del IPC al gusto. Si a usted ya no le quedan mocitos/as casaderos/as -es decir, no habrá más rentas por bodas a la herrereña que entren en su casa- puede verse liberado del compromiso de asistir a las ajenas. La ley de la máxima rentabilidad -no pagar sin recoger nada a cambio- se lo permite. A mi madre le quedaron 35.000 pesetas limpias. Era 1967.

lunes, 15 de noviembre de 2010

*+* Oso Leone: la venganza folk de mamá Naturaleza *+*

No hace mucho que se pasearon por Madrid apenas como un dúo. Fue cuando les confundieron – no hay otra explicación- con la versión mediterránea de Kings of Convenience y colocaron a Simon & Garfunkel en su árbol genealógico. Y sólo por eso, por ver a Paco Colombàs y Xavi Marín a solas en el escenario, cubiertos por una capa de terciopelo azul y con dos guitarras como pacíficas armas. Ruspell dijo llegar para dar “empaque” a aquel proyecto, para formar una banda contundente sobre las tablas y completarla con una corona de arreglos que saltaban del estudio al directo. El viernes se encargaron de demostrarlo en Es Baluard.

El aljibe como lugar para presentar su álbum debut era sólo una pieza más en aquella cadena de casualidades que había hecho de Oso Leone el hijo pródigo de mamá Naturaleza. Una suerte de ecologismo convertido en folk. Que algún moderno malinterpretó como una lechuga asomando en una cesta de mimbre.

No hay fórmulas en Oso Leone. No hay nada lógico ni matemático en la adicción que The benben stone puede provocar. La naturalidad con la que exhiben su trabajo es tal que abruma. Como si esas dos voces hipnóticas y atmosféricas –a veces cercanas a Fink- que brotan de dos cuerpos menudos y nerviosos sobre el escenario, fueran tan fáciles de conseguir como respirar. Como si uno pudiera pedirles que no hablaran nunca más para cantar siempre. Como si fuera posible entender cómo fueron a encontrarse esos dos mallorquines que parecían hechos el uno para el otro.

S’Aljub rebosaba la noche del viernes y ya no era agua, sino gente. Con aforo completo y cola en la puerta como los grandes. Desde sus ojos, aquel túnel plagado de pupilas brillantes en la oscuridad era tan estimulante como aterrador. Paco, secando el sudor de sus manos sobre los pantalones con la mirada clavada en el público. Xavi, abstraído en otro mundo al que no alcanzan los nervios ni la duda.

El escenario, el retrato minimalista de aquella Tramuntana que les vio nacer y trabajar. Que había jugado a esconder sus canciones en la hojarasca de un bosque, en el color de una puesta de sol o en su primer rayo disparando directo contra una roca sólo para que ellos las tradujeran al pentagrama. Su introducción, un surtido de postales proyectadas de la Mallorca que un día fue.

Xavi y Paco al frente y no, no eran Kings of Convenience. No había inviernos templados en su música. Sí nostalgia y melancolía. No hay miradas a la bossa nova, sino un Fol. Construido a base de pequeños detalles. No había, tampoco, declaración de dependencia y purga de instrumentos; sino un batería capaz de transformar Lovebird en una danza contagiosa y ondulante. En bombos y tambores huecos y fuertes como sólo Oso Leone podía tener. En una sección de percusión capaz de llevar a la locura. Ese dios de las pequeñas cosas que crece sobre las tablas como tal vez ni ellos sepan y que Rafa Rigo supo llevar a los micrófonos hasta escuchar a Paco chasquear los dedos metros después.

Si se les pregunta, Xavi habla de estructuras de música africana que juegan a confundir las repeticiones siempre con una variación. Una sencillez de letanía deliciosa. El péndulo oscilante de una plácida sesión de hipnosis. De, de nuevo, cama en una habitación con las persianas bajadas.

No, no estaban los noruegos pero sí Pájaro Sunrise y los subidones de Foals. Esa manera en que, sin saber cómo, las canciones acabaron por convertirse en una fiesta, en palmas persiguiendo los ecos de un cajón flamenco. De dotar a Paper moon y Rebellion de la rabia que pedían a gritos.

El sexteto resultó tan compacto como maravilloso su directo con el consabido truco de dejar con ganas de más. Aquella revancha folk-naturalista acabó por resultar corta.

* Fotos: Es Baluard

lunes, 1 de noviembre de 2010

*+* Todos los Santos según la posguerra *+*


Una olla exprés silba sobre el fuego casi haciendo los coros a una estufa de aire que zumba bajo la mesa. En su interior, el puñado de batatas danzantes que llama a la cocina cada mes de noviembre. Y el aroma que se cuela entre el vapor tiene el mismo efecto que la magdalena proustiana.

"Eso se come de postre, ¿no?", vuelvo a preguntar un año más con la sensación de haber probado los boniatos por primera vez una decena de veces. "Sí, pero ahora no. Caliente es malo", contesta mi madre. Y vuelve a relatarme la historia de Pepillo, a quien el tito Francisco retó a comer una batata hirviendo y casi se ahoga. El puesto de la Jarrita viene justo después. Un pequeño tinglado en la puerta del banco en el que vendía castañas, nueces y demás productos otoñales. Era la Herrera de posguerra. Aquélla en que en el día de Todos los Santos no había flores en el cementerio. "No había para comer como para encima comprar adornos. Ni de trapo ni de verdad", asegura mi madre. Sólo dos faroles, uno a cada lado de la tumba, mantenían el recuerdo al difunto.

Volvemos a la cocina. "¿Tú antes no ponías velas...?", pregunto. "Claro, y las voy a poner en cuanto terminemos de comer", se apresura a contestar. Recuerda el tiempo en que en su casa había tantos muertos por recordar que llenaban de agua un lebrillo de barro. Encima, una capa de aceite sobre la que flotaban lo que mi madre sigue llamando mariposas flanqueadas por una imagen de la Virgen. Una vela por difunto. La última en fallecer había sido su madre. Una muerte que, aunque se vio venir, partió la Navidad como años después se empeñó en repetir la tía Filo. Mis tías pasaron cinco años de luto, mi madre -que tenía sólo siete años- sólo uno, el mismo que la fachada de su casa se quedó sin blanquear. Si uno tenía luto, de puertas afuera la negrura se traducía en silencio y brazos caídos. Si se barría, tenía que hacerse al alba, para que los vecinos no comentaran.


Mi madre (primera a la dcha.) con su familia. En el centro, el abuelo Manuel
"Las mariposas se encendían a las tres, cuando empezaban a doblar las campanas", cuenta. A partir de entonces, nueve horas en las que el campanario de la iglesia no dejaría de sonar como recuerdo a los muertos. El día antes, los monaguillos habían recorrido el pueblo recogiendo provisiones para la noche que les esperaba. "Una limosna para las almas del purgatorio", pedían. Y las cestas se llenaban de membrillos y nueces. "Las almas eran ellos mismos, porque los que tocaban eran los más pobres. Igual que los que llevaban los pasos de Semana Santa antes de que se pusiera de moda".

Después, comenzaban las visitas al cementerio. La miseria de la posguerra no entendía de flores. Y el farol que velaba por el alma de los difuntos debía mantenerse encendido toda la noche. De madrugada sólo iba el abuelo Manuel, aquél que escuchaba Radio Pirenaica con la oreja pegada al altavoz. El paseo no era agradable, pero en la obligación, los jóvenes se llevaban incluso a sus pretendientas. A La Leona, Juan Páez el de la bodega le pagaba para que vigilara sus velas encendidas velando toda la noche con una silla frente a las tumbas. A veces se ofrecía también a cambiar las de la abuela Nati, y custodiaba la botella de aceite bajo los pies.

A las doce de la mañana siguiente, el final de la misa y el responso del cura en la puerta del cementerio, señalaban el final de la ceremonia. Se recogían los faroles y se apagaban las últimas mariposas. "¿Y después?". "Después nos paseábamos por la carretera de Estepa, porque a la plaza uno no iba hasta por la tarde", responde.

Cuando se fue, dejó una bandeja sobre la cocina. Ya no había Virgen de telón de fondo pero sí cuatro velas que proyectaban su diminuta sombra sobre la pared. Y a mí, no me salieron las cuentas.

*+* 'Pa negre', el día que TV3 saltó a la gran pantalla *+*


Algo tuvo que pasarle a Agustí Villaronga entre una primera escena brutal y una última que debía asestar al espectador el mazazo definitivo y que, sin embargo, le dejó tibio. Quizá, como le pasa al de la butaca, fue perdiendo las ganas ante el proyecto de una tv movie más de TV3 -anunciada con esa impresionante voz en off- que saltó a la gran pantalla.

Empecemos por el final. Se lamenta Villaronga de que Cataluña no proyectara ninguna versión del film doblada al castellano. No sé cómo van las estadísticas del tripartito en bilingüismo, pero ante el pésimo doblaje de la película merecen la pena todos los esfuerzos. Una versión castellana hecha por los propios actores donde se perdió el 80% de la interpretración -salvemos a Eduard Fernández aunque sea por otras veces- y plagada de expresiones del tipo "decir la suya". Cuando se ponen sobre la mesa tal cantidad de millones -intuyo gran parte públicos- los detalles no son moco de pavo. Y de pelea con la sociolingüística, la corrección sería, cuanto menos, de agradecer.

Confieso. Me creí a pies juntillas las críticas que hablaban de "injusticia para Pa Negre" en el festival de San Sebastián. El patriotismo isleño es lo que tiene. Superada la vergüenza de que el jurado viera la misma versión en castellano que yo, dudo incluso de la Concha de Plata a Nora Navas. Repitamos: no mucho mejor que en cualquier papel anterior en televisión. Reconozcámoslo, ¿quién no llegó al cine con El laberinto del fauno en la cabeza? ¿Quién no se fue pensando que, salvo el fauno y Ariadna Gil, Del Toro ganaba de lejos? Villaronga niega. ¡Si hasta sale Roger Casamajor (con post individual pendiente), por Dios! Vale, fetiche del mallorquín pero... Negar el fichaje de Sergi López es para reírse. Eso y que Maribel Verdú tiene muchísima más fuerza.

Volvamos al inicio. Un caballo con los ojos tapados cayendo por un barranco tras aplastarle el cráneo. La sala, pegada a la butaca. Dicen que un prólogo ante el que todavía canta más el ritmo que le falta al resto de la película. Villaronga quiso contar muchas cosas y se enredó en una madeja que pretendía desentrañar con sutileza y que acabó por desanudar a lo bruto. Su primer error: definir el film por lo que no era. Pa Negre no era una película más de la Guerra Civil, tampoco de posguerra. No tenía buenos ni malos. No había apenas mención política. No había atmósfera claustrofóbica ni personajes "raros". Y, para colmo, no era ni suya sino un encargo contra el que luchó "como un jabato" para hacer suyo.

Hagamos como que Pa Negre no va de guerras ni posguerras. Expliquemos entonces qué son los ideales y qué el principio de inocencia, la fe o la confianza. "Nos interesaba ver cómo mucas veces tienen más peso las relaciones humanas en un espacio cerrado que las convenciones". No. Salvo Farriol (Roger Casamajor) en la película no hay convicciones. Con la excepción de sus monólogos con música de fondo, no hay política. Hay supervivencia. Instintos, conciencia y remordimientos. Lo que Andreu (Francesc Colomer) siente hacia sus padres es un principio de inocencia, una fe lógica. Lo que su madre traga, el orgullo.

Villaronga quiso hablar del papel de la inocencia. De su pérdida y de cómo uno puede hacer con ella una bola de papel y lanzarla lejos. Renegar de sí mismo. Hace tiempo que las películas dejaron de empeñarse en la introducción-nudo-desenlace pero lo cierto es que el mallorquín se perdió en la diversificación de pequeños clímax. "Un lento y gradual descubrimiento" ene l que las piedras angulares terminan por pasar como una roca más. La fotografía y los paisajes sostienen el relato, según Javi Álvarez, y yo coincido. Una atmósfera mejor creada que los personajes que la habitan. Una escenografía en la que los actores se mueven como buenamente pueden. Entre el mas y el colegio, el bosque. Reducto de libertad pero subterfugio de mentiras. El bosque es el camino de iniciación materializado.

"Sí, Pa Negre es una película totalmente de encargo. Pero no es mercenaria. La considero tan personal como cualquiera de las otras que he hecho", aseguraba el cineasta. Y, como tal, sí había atmósfera turbia y personajes raros. ¿Cómo definir sino a ese enfermo que sueña con tener alas y escapar? Uno de los guiños que demuestran la sutilidad metafórica de Villaronga. Igual que los pájaros enjaulados. Igual que la llegada del pan negro a la película para aclarar el título. Como esa niña mala de la escuela encargada de desvelar mentiras. Como el tópico del profesor que abusa. ¿Era necesario?

No me convence Francesc Colomer. No tiene fuerza y la sustituye por una suerte de mueca extraña que pretende ser frialdad y que va de lo contenido a lo sobreactuado. El personaje de Nuria (Marina Comas) es de esos que quedan bien, completan el significado del film, pero se desaprovechan.

Tras el análisis se me pasó el patriotismo isleño. Una película correcta que, tal vez, acumulará nominaciones en unos Goya desérticos como el palmarés de San Sebastián.

domingo, 24 de octubre de 2010

*+* Y te busco, y me encuentras *+*



"Me he pasado toda la noche buscándote en sueños". Comenzaba la duermevela de vuelta y empezaba a desperezarse la conciencia. La voz venía del otro lado de su espalda, igual que los brazos que corrían a estrecharle la cintura. No necesitó volverse. Sonrió. El relato onírico que siguió llevaba injertado el surrealismo de costumbre; esta vez con una fiesta como telón de fondo y Zapatero y Leire Pajín entre los invitados. Por lo menos después de la búsqueda, al despertar, ella seguía allí, tan tangible como el montón de mantas bajo el que se había empeñado en esconderse.

Pensó en su propio sueño. Había pasado media noche en una pesadilla y la otra media en unas Conversaciones de Formentor protagonizadas por toreros. La segunda llegó a angustiarle más que la primera. Rió.

"Me he pasado toda la noche buscándote en sueños", se repitió a sí misma. Y entonces decidió volverse.


Led Zeppelin - Baby, I'm gonna leave you

sábado, 16 de octubre de 2010

*+* Hedonismo de moralina I: De 'Aquí en la tierra' a 'Y tu mamá también *+*

"Cuando los dioses ya no existían y Cristo
no había aparecido aún, hubo un momento
único -desde Cicerón hasta Marco Aurelio-
en que sólo estuvo el hombre".

Marguerite Yourcenar


Si Madame Bovary hubiera conocido aunque fuera un mínimo atisbo del invento de los Lumière, habría enloquecido cien páginas antes. Y con ella, Don Quijote. Todo un universo paralelo y cinematográfico con el que desoír el gris de su rutina. Aventuras, suspense, amor, crímenes, ciencia ficción e incluso sexo. Hedonismo servido en bandeja. Las otras vidas que alguien, pantalla mediante, convirtió en posibles.

Dos segundos después se habría decepcionado. El tufo moralista de aquellas películas de felicidad aparente era el mismo que emanaba hacía años su sociedad. Y es que ese mundo alternativo -tan religioso o más que la Vetusta galdosiana- había encumbrado a unos nuevos dioses profanos y afanados en pasar por el filtro de la moral sus personajes y sus escritos. Ya no era censura sino envidia, orgullo, pudor, desasosiego o ajusticiamiento.

Echo un vistazo a mi filmoteca particular. Mark Piznarski -con capítulos de Gossip Girl y la nueva temporada de Sensación de vivir en su currículum- abre la veda en el 2000. Era la época del teen cinema -fuera terror o culebrón adolescente-: de Rumores que matan a Diez razones para odiarte pasando por The Faculty o Scream. Aquí en la tierra ponía a la pícara pero cándida Leelee Sobieski en un triángulo amoroso entre Chris Klein y Josh Harnett. El primero, un futuro universitario de la high society de Boston; el segundo, el noble novio del pueblo de toda la vida. Dualidad y carpe diem al canto, pero no. Ella quiso salirse del camino del conformismo marcado y un cáncer corrosivo acabó con su vida. El adulterio o el juego a dos bandas era lo de menos. Si An education le demostró a Carey Mulligan que los atajos no siempre eran un buen camino y que lo de la escuela de la calle tenía más de mito que de realidad, Aquí en la tierra vino a añadir que por mucho que uno aspire, estará siempre ligado a su origen.


Algo de ese formato quedaba también en El Sueño de Ibiza (Igor Fioravanti, 2002). Entre la visión alucinógena y la metáfora el Destino llamaba a la puerta de Carlos, Nacho y Chica dispuesto a revelarle los secretos de su futuro. Desde entonces, y hasta su muerte, una luz intensa les guiaría si no por el buen camino sí por el ya escrito. Sólo un instante y los efluvios del sobre para decidir. Quienes cogieron la carta pagaron por ello. El futuro sólo puede ser revelado a los iniciados. Aspirar al privilegio de los dioses, aunque fuera por apostar por su felicidad, tenía un precio.

Chica divisó Mozambique en el horizonte. Carlos, una promiscuidad social donde los días eran sólo la resaca de las noches. Tampoco quedó nada de aquella vieja idea de aprovechar el momento.

En el camino quedaba el triángulo de Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001). Luisa (Maribel Verdú) vivía absorbida por un matrimonio absurdo y tedioso que la consumía por dentro. De repente, dos jóvenes con las hormonas en plena revolución, Tenoch (Diego Luna) y Julio (Gael García Bernal) ponen nombre a un horizonte paradisiaco: la playa de Boca del Cielo en Oaxaca.

Si de algo puede presumir el film de Cuarón es de ser uno de los grandes hitos en el subconsciente fantasioso en lo que a viajes se refiere. Cruzar el país en coche conociendo el México que escapa al turismo. El costumbrismo adictivo. Kilómetros y más kilómetros para perderse entre la bohemia, el sexo y la conversación.

Con Cesaria Evora sonando en la radio, al otro lado de la pantalla todo resulta perfecto. ¿Por qué el mexicano tuvo que poner un porqué a la fuga de Luisa? ¿Por qué no permitir que fuera, simplemente, el giro a la vida loca que todo el mundo quiso para sí? De nuevo, una enfermedad a apenas un salto de tiempo. ¿Sólo así podía resultar justificable y comprensible su pecado? Las tres acabaron con el regusto amargo de quien quiso poner mártires donde no los había.

*+* Hedonismo de moralina II: De 'Mi vida sin mí' a 'Madres e hijas' *+*

Si alguien sabía de prisas ante el terror repentino de la muerte cercana, ésa era Isabel Coixet. En 2003 había creado una oda al tema con 'Mi vida sin mí'. Ann (Sarah Polley), sabedora del final de sus días, decide hacer una lista con todo lo que quiere hacer antes de que llegue el momento. "Things to do before I die", escribe su mano sobre una libreta a rayas. La imagen resulta tan ridícula como angustiosa.

"¿Qué harías si supieras que te queda un día de vida?", nos preguntaron en la prueba de acceso al instituto. ¿Podía haber absurdo mayor? Creo que lo que menos me gustó del film de Coixet fue esa necesidad de consumar todo lo que quedó por hacer. Aquí sí, adulterio incluido. La frivolidad se convertía en misticismo. Pero claro, con una Ann moribunda la cosa era menos grave. Si los cuernos no tenían motivo aparente -véase Infiel- la cosa tenía que terminar, por fuerza, peor.

La angustia de Ann era ese empeño en organizar la vida que seguiría a su muerte. Eso era lo que encogía el alma.

Cuando Matías Bize encerró a Daniela (Blanca Lewin) y a Bruno (Gonzalo Valenzuela) en una habitación de hotel, también tenía la omnipresencia y el todopoderosismo entre las manos. 'En la cama' merece un post aparte pero la evolución de la historia y de los personajes es perfecta. Se plantean dudas: ¿fue todo casual o alguien
buscó el encuentro? Diálogos de una veracidad increíble. Sencillez, delicadeza. Y, sobre todo, cómo pasar de un extremo al otro en menos de dos horas. Si alguien albergaba esperanzas de un final con altar y velo blanco, será satisfecho. Eso sí, Bruno no será el del traje.

Creo que la excusa era tan baratera que fue lo primero que olvidé de la película. Ni siquiera Bize nos dejó creer que aquel día idílico era un Enjoy the ride cinematográfico. Aquellas 24 horas de persianas bajadas tenían un porqué. Una boda al día siguiente y, de nuevo, la necesidad de dejar hecho lo que jamás se podrá hacer.

El remate lo puso otro hispano. Rodrigo García y el dramón a múltiples bandas de Madres e hijas. Superado el momento de entender que repita planos, escenas y personajes idénticos a Cosas que diría con sólo mirarla, vuelve a aparecer la víctima. Se la ve venir de lejos aunque ella aún no lo sepa. Prototipo -por no decir topicazo- de una abogada brillante en lo profesional aunque casquivana y maquiavélica en lo personal. La descripción de Elizabeth (Naomi Watts) tiene más de prejuicio que de personaje real. Parece inconcebible que una mujer apta profesionalmente pueda no ser retorcida y competitiva fuera del despacho. Habrá algo que la haga meditar e intentar reconducir su camino: un embarazo del mismísimo Samuel L. Jackson. Pero sus pecados habrán sido ya tantos que para entonces estará más que decidido el fin de sus días sin que pueda conocer siquiera a su hija.

Como Madame Bovary, una suspira ante el panorama. Claudia Llosa fue la única capaz de darle tres días libres a la moral y la conciencia aunque fuera a costa de matar a Dios. De espaldas a aquel Manayaycuna que había creado, hacía oídos sordos a lo que ocurriera. Un tiempo que, como la cita de Yourcenar, nos devuelve a una época de absolución y amoralidad divina. También Nietzsche proclamó el ocaso de los dioses. Pero siempre habrá quien vuelva a despertarlos. O, en su defecto, a sustituirlos.

martes, 28 de septiembre de 2010

*+* Formentor III: ¿Por qué escribir? *+*

Tallulah Bankhead fue una fábrica de escándalos y frases lapidarias. "Si volviera a nacer cometería los mismos errores... pero lo haría antes", luce entrecomillada en portadas bajo su fotografía en blanco y negro. "Son las chicas honestas las que tienen diario, las otras no tienen tiempo", suena en Formentor por boca de Eduardo Jordà. En un extremo de la mesa, asiente José Carlos Llop. "La gente que está satisfecha consigo misma no escribe diarios y ni siquiera lee", añade dejando entrever los resquicios de un vacío vital contrastado con una compulsión literaria.

¿Por qué escribir? Echo de menos a Daniel Pennac en la búsqueda de una respuesta lógica. Sencilla y práctica como la voracidad del lector que retrató en Como una novela. La herencia freudiana ataca: insatisfacción o trauma. Luis Goytisolo se encoge de hombros cuando se le pregunta por la muerte de su madre. Hasta hace poco parecía tener que sentirse culpable por no deberle a ella su vocación. La pérdida le pilló tan pequeño que -al contrario que sus hermanos Juan y José Agustín- no servía para explicar la pulsión escritora.

Luego surge la teoría del psicoanálisis gratuito de Max Frisch y Llucia Ramis se confiesa: ella escribe para conocerse. Ahí, sobre el papel, sentimientos y reflexiones toman una claridad imposible en la abstracción mental. Sus colegas fruncen el ceño. Se escribe para expresarse pero no para entenderse.

Con el yo de nuevo en el ojo del huracán se reavivan las teorías. "Es curioso porque hasta ahora los exhibicionistas nos caían mal", apunta Llucia. Sonrisa y aplauso. Como teórica del ego no tiene precio. Apoyo unánime. Agustín Fernández Mallo advierte: "Uno puede rozar el solipsismo de creer que sólo existe lo que uno piensa". Peligro aparte, más de un espectador y algún que otro periodista suspiran aliviados. Mal de muchos, consuelo de tontos. Chris Stewart -esquilador confeso metido a letras- apunta el carácter geográfico del asunto. "En mi país existe un pudor, una modestia terrible que nos inculcan desde que nacemos. Nuestros padres nos dicen que no valemos nada, que nos es de buena educación hablar de uno mismo". Fue cambiar Inglaterra por España y publicar sus diarios.

"Llega un momento en que al autor su vida le parece tan interesante como sus obras. Ya no le basta ser el padre de sus criaturas, quiere hablar de sí mismo, ser una criatura literaria", resume a la perfección Basilio Baltasar. Nada tiene que ver que uno no tenga ínfulas literarias ni sienta un hormigueo a la hora de lanzarse sobre el folio en blanco. El nuevo diván de letras se llama Facebook y es tan demoniaco como el que más.

"Con internet esto se ha democratizado y todos tenemos el derecho de contar", dice Llucia. Los ejemplares vendidos son ahora estadísticas de blog o "me gusta" facebooksianos. El día que la propia vida no bastó para el éxito, el exhibicionista se quitó la gabardina. El yo pasó a ser un alter ego con una rutina tan ajetreada como un capítulo de Física o Química. Un surtido de frases ocurrentes. El aplauso al otro lado de la pantalla bien lo valía. "Publicar produce ansiedad porque quieres que haya una respuesta, si no, estás fracasado". Y en eso seguimos.