Créditos finales de Familia con música de fondo. Lo que al principio fue un tango argentino ahora es un soniquete irónico como de La Mandrágora. La primera pregunta es una suerte de mea culpa: ¿Por qué yo no había visto esta película antes? Modesto pero soberbio debut de Fernando León de Aranoa.
"Cualquiera puede hacer con cautela sus ficciones sin que por ello dejen de ser ficciones", advirtió Inmanuel Kant. Aquel relato de Ficciones que hace años escribí bajo esa máxima filosófica estaba en el camino correcto pero no le llegaba ni a la suela del zapato a esta pequeña joya del cine español.
Familia es el teatro sin paredes de León de Aranoa. No hay bambalinas, ni telón, todo queda al descubierto. Una suerte de Dogville en la que el espectador cinematográfico es más espectador teatral que nunca.
Apenas pasan quince minutos hasta que los pilares de la historia están dados. Las armas, depuestas. Tras los primeros instantes de aparente normalidad -aunque con ceño fruncido- de la cinta, se desata la locura. Una artimañana que en manos de otro podría haber sido un fiasco monumental pero que con el que fuera Goya Revelación 1997 se convirtió en la excusa perfecta para un guión brillante. La aparente escena de desayuno familiar de cumpleaños con regalos es una farsa. Una mentira que se descubre de una manera tan tonta como maestra. Una pipa envuelta en papel de regalo desata la ira de Santiago: un hombre solo que ante la llegada de su cumpleaños, contrata una compañía de teatro para que sean, por un día, su familia.
"Ya está, ya lo has jodido todo. Una pipa. ¿Pero tú eres idiota o qué? Con lo bien que estaba saliendo todo y me vienes tú con esto. ¿De dónde ha salido este idiota? ¿Por qué no sabe que no fumo?". Y después la gran: "Yo no quería un hijo gordo, ni con gafas. Mira que lo dije. ¿Lo dije o no lo dije?". Enorme Juan Luis Galiardo, dicen que en uno de los momentos más dulces de su carrera. Desconcierto total en la sala. ¿Estamos ante un culebrón de padre déspota? ¿Un telefilm traumático de fin de semana? Los primeros cabos empiezan a aparecer pero necesitarán hasta el final de la película para atarse por completo.
Metateatro. Metacine. Ficción dentro de la ficción. No puede llevar más que al absurdo y a la confusión. Por mucho que lo advierta Kant. Guiones de una vida inexistente y memorizada: vacaciones en París, novios, traumas familiares incluidos. La línea que separa ficción y realidad es, inicialmente, abismal. Y como ella, la certeza de lo que está bien y lo que está mal en cada esfera. La línea tarda poco en difuminarse acelerada entre la compasión, el contrato laboral y la propia confusión. ¿Será posible construir durante 24 horas una obra para un único espectador? ¿Construir una familia? Las dudas se agolpan. ¿Protestará el contratista ante los gazapos ajenos? ¿Se atreverá alguien a dejar la función a medias, a lanzar un "¡Corten!" con el que todo se venga, irremediablemente, abajo?
Tensión. Ritmo. Guión. Ejes fundamentales de esta historia que comienza como el aparente drama de un hombre solitario para convertirse en una comedia de tiranos absurdos. ¿Será posible que una compañía de actores pierda el norte y llegue a confundir su propia ficción? Por supuesto. En el momento en que el juego empiece a perder la gracia. Cuando lo inventado se parece demasiado a la realidad. Si Carmen no es más que la fingida esposa de Santiago, ¿por qué se parece tanto a su tipo de mujer ideal? Todo empezará a resultar sospechoso. Sospechosamente cariñosos. Sospechosamente realista. Sospechosamente paternalista. Y el contrato laboral será demasiado poco para justificarlo. El triángulo Santiago-Carmen-Ventura (gran Chete Lera) no tiene desperdicio. La evolución de su historia habría convertido a Kant en un cinéfilo palomitero.
Luna -el personaje de Elena Anaya- será el encargado de recordarnos la dualidad a la que estamos asistiendo todo el tiempo. La única incapaz de perderse entre los trucos de la propia interpretación. Genial su conversación a solas con Santiago. Y, de nuevo, nadie capaz de romper el clímax de su propio montaje.
Divertida e ingeniosa sin duda. Quien quiera verá también críticas a la institución familiar, a la pérdida del contacto humano en esta sociedad y a la tristeza del oficio de actor. Además, Familia puede llevar a recordar películas como El experimento en cómo el ser humano se amolda al papel que le han dado -búsquese la metáfora metafísica y nihilista que se prefiera- y se olvida de que no es más que un guión del que puede salir en cualquier momento. Y si en algún momento vuelve a discernir es sólo para volver a confundirse. La perfección de su creación es tal que aún se sienten más las lagunas y los vacíos de la realidad real. Tanto que uno puede llegar a dar un zapatazo sobre la mesa y reivindicar su ficción como realidad elegida. Ojito, entonces, que no le pille Kant.