jueves, 16 de diciembre de 2010

*+* Apadrine un músico, patrocine el regreso de Lamb *+*


Desde que los grupos musicales han desembarcado en las redes sociales más de uno se ha descubierto como su propio mayor fan. El concepto de groupie parece extenderse más allá de los seguidores, y los cantantes, iPhone en mano, acumulan más actualizaciones que la web de un diario nacional. Con el ceño fruncido me pregunto si Facebook y Twitter serán capaces de hacerles reducir costes en marqueting y promoción.

"Spent the weekend doing the first Lamb photoshoot in 6 years ;-)" escribe Lou Rhodes anunciando el regreso del dúo de Manchester en plena gira de One good thing. Una vuelta que llega acompañada de la propuesta de un proyecto colectivo.

KT Tunstall fue la primera en ponerme la mosca detrás de la oreja con el concepto preorder. Comprar por adelantado un disco al que aún le faltan meses para estar listo. Por si le huele a gato encerrado, se le muestra la portada e incluso las ilustraciones del interior del álbum. ¿Y si la escocesa se arrepiente a mitad de grabación? ¿Y si la discográfica se echa atrás? ¿Y si la banda se separa antes?

Lou Rhodes -sobre quien me fastidia escribir antes de haber podido publicar un post íntegro para ella- y Andy Barlow van un paso más allá. Su proyecto colectivo no es un brainstorm abierto para el rodaje de un videoclip o la remezcla de un single. Tampoco un wikidisco capaz de asimilar musas ajenas. Lo suyo es una cooperativa global y libre que haga las veces de inversor. ¿Quiere que Lamb regrese? Pues subvencione su nuevo disco.

"Te pedimos tu sponsorship para no entregar nuestras almas a ninguna empresa. Preordering 5 ayudarás a hacerlo posible". £15.55 la Special Limited Edition y 23 el vinilo doble con posibilidad, también, de formato descarga. Con cada compra asegurada -y previa- intentarán pagar la grabación, mastering y demás enredos del álbum. No sé si la propuesta de apadrinar al dúo que comparte logo con Norit me mosquea o me hace gracia.

La pregunta es obvia: ¿qué les pasó a los de Manchester con las discográficas para acabar recurriendo a la colecta? "Una de las principales causas de nuestra necesidad de escapar, de parar, fue la experiencia de hacer música y firmar con un sello que intentaba dirigirla y convertirla en un producto que fuera cualquier cosa menos algo creativamente libre. Lamb tenía que ser siempre innovación y romper los límites sin restricciones", explica Lou Rhodes a través de la nueva web de la banda.

Dicen que su camino se tornó "un poco demasiado -con esas expresiones enrevesadas del inglés- recto, dirigido". En 2004 decidieron repartir beneficios y emprender sus carreras en solitario. Ella, explotando la vía folk acústica que ya se intuía en Lamb. Él, con el proyecto Luna Seeds y desarrollando su carrera como productor de, entre otros, -oh sorpresa-, el Distance and time de Fink.

¿Tan duro fue el éxito para Lamb? Lo dudo. En Reino Unido consiguieron convertirse en un boom que, de rebote, llegó a otros países europeos. Un dúo que fusionaba drum&bass, jazz, dub, influencias acústicas, algo de electrónica, otro tanto de chill out y que -según Wikipedia- estaba más cerca de la ola de trip hop que inundó Bristol en los 90 que de su Manchester natal. Pero en su currículum y sus cuatro álbumes de estudio -remakes y directos aparte- no figura mayor discográfica que Fontana, Polygram o Koch Records.

El festival The Big Chill logró reunirles de nuevo sobre el escenario en 2009. Una vuelta que acabó por convertirse en una mini gira. Ahora -y después de largas conversaciones telefónicas- 5 les devuelve al estudio. Su quinto disco que prevé publicarse el 5 de mayo de 2011. "Así que después de este tiempo en el estudio hay algo fresco y nuevo en la música que estamos escribiendo. Algo que no había ocurrido desde nuestro álbum homónimo cuando aún no nos preocupaba lo que la gente pensara de nuestro trabajo. Siempre hemos dicho que no haríamos un nuevo disco hasta que no tuviéramos algo nuevo que decir. Y ese momento ha llegado", sigue Lou.

Así que no lo dude, conviértase en accionista de esta especie de Lamb S.A. Su recompensa será una edición especial del álbum con un libro de artista exclusivo en el que figurará su nombre como contribuyente. Además, estará puntualmente informado de los avances en el proyecto. Lou y Andy nunca se fundirían su dinero así por las buenas. Y, por si fuera poco, dispondrá en breve de un adelanto de dos temas: She Walks y Strong the root. Si ya tienen la sesión de fotos hecha, seguro que va rodado.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

*+* 'Io sono l'amore', la fragilidad de los reductos *+*

Minuto 6:40. Un plano de la casa de los Recchi guarda la esencia de toda la familia. Ojos de voyeur acercándose por un pasillo hasta una puerta entreabierta al fondo. La imagen congelada es fotográficamente inmejorable. Al otro lado, la habitación del matrimonio. Una cómoda histórica, un galán de noche con ropa de hombre y dos cuadros entre lo romántico y lo tenebrista.

Me recomendaron Io sono l'amore como una película exquisita. Internet me hablaba de, "tal vez", una de las obras fundamentales en el cine italiano actual. Pero algo atrae y se aleja de esa etiqueta de "plantea cómo la sociedad actual..."

Sin pretender aclarar el debate de si Luca Guadagnino es justo heredero de Antonioni y Visconti, está claro que no estamos ante una película de didáctica sociológica. Io sono l'amore tiene la atemporalidad como una de sus principales dotes. Hará falta asistir a la gran exhibición central del clan de los Reicchi -con sus arrogancias y sus defectos incluidos- para darnos cuenta de que andamos a la vuelta de la esquina. La plasticidad y la elegancia de la preparación de la gran comida familiar -he leído tantas veces que es homenaje a 'Dublineses: los muertos de John Huston que me siento obligada a repetirlo- será el inicio del cambio. Cómo cambiará la cosa para cuando el clan vuelva a reunirse en torno a una mesa.

Con la historia armada en la mente, no puedo dejar de acordarme de Bearn o la sala de les nines de Llorenç Villalonga. Io sono l'amore es la caída de la alta burguesía milanesa, el desmoronamiento de su eternidad aparente ante la continua evolución del mundo. La atemporalidad del relato es la misma que sienten los Recchi. Un castillo de naipes que comienza a caer oficialmente con la muerte del abuelo y la designación de sus sucesores. Bajo su protección parecía asegurarse el status y la tranquilidad de la familia. Su fallecimiento es el primer mazazo de realidad. La salida de esa habitación espiada, de ese armario, al mundo que existe a este lado del espejo. El fin a un reducto irreal y frágil. Un tránsito en el que, mientras unos personajes se pierden, otros aspiran su primera bocanada de aire fresco.

Nuestra condición de voyeurs nos permite ver, en paralelo, la evolución objetiva y la subjetiva. Un cuadro que se transforma en fotografía es el detalle inicial pero nimio comparado con un emporio empresarial condenado a la globalización e incapaz de mantenerse como el negocio familiar que trajo la prosperidad a los Recchi.

La intrahistoria habla de la adaptación de los personajes ante la llegada de esa locomotra imparable que amenaza con llevárselo todo por delante. Se pierde seguridad pero se ganará libertad. Una nueva realidad a la que se aferran, conscientes o insconscientes, las dos mujeres de la familia. Tal vez sea la juventud de Betta -la hija- la que dote su proceso de una absoluta naturalidad. En cambio la de Emma, la madre, es de lo mejor que hay en la película.

La historia no es nueva. "La soporífera liberación sexual de una intrusa", titula su crítica Juan Luis Caviaro. Como cuando yo resumía Cinco horas con Mario como Diario de una maruja sin 600. Quizá hablar de frustraciones, de pasiones censuradas y de frialdad en la alta burguesía sea un tópico más que revisado. Desde luego, no busque en Io sono l'amore una sorpresa argumental.

Para mí es aquí cuando entra en juego la Casa de muñecas de Ibsen. Con una Nora encarnada por una impresionante Tilda Swinton- que encuentra el resquicio por el que volver a respirar. Una joven rusa a quien el heredero de los Recchi escoge como esposa y a quien cambia el nombre y borra su pasado a cambio de la promesa de prosperidad. Ella acepta, sin ver cómo su vida se va consumiendo en una mustia existencia de puertas adentro. Como símbolo, será ella quien presida esa segunda cena.

La cocina será el resorte. Brillante la escena de la degustación en el restaurante. Del otro lado, Antonio, el cocinero. Un hombre que -doblegados a la verosimilitud cinematográfica- la despoja de todos sus lujos para volver a amar a la persona. El primer viaje a San Remo es la exaltación de los sentidos, el latido de la vida real y tangible. Ese fundido a negro, esa sombra a la espalda. El retrato de ese paisaje bucólico en el que volverá a respirar. La escena en la que él, cuidadosamente, le quita los anillos, las pulseras, los zapatos, la blusa... ¿Hablaba Guadagnino de un amor verosímil o sólo era la liberación de Nora? Me da miedo que ese reducto perfecto sea tan frágil y artificial como el anestesiante anterior. La fuga final, es cierto, roza el absurdo y el ridículo.

Cuando acabó la película no sabía si me había gustado o no. A falta de argumento, pensemos en las formas. ¿Otra vez un film convertido en una exposición de fotografía? No exactamente. Los expertos dicen que Io sono l'amore pertenece al linaje del art cinema. Tal vez una etiqueta más donde todo vale. Llega a hacerse larga, falta de ritmo. "Es una muestra del peor cine de autor, ése tan satisfecho y pagado de sí mismo, que con aires de grandeza desprecia al espectador, y tapa sus carencias con silencios, florituras estéticas y el aplauso de los festivales", insiste Caviaro. Heredera o no de los grandes del cine italiano, el film tiene algo de grandilocuencia y bastante de autocomplaciente. ¿Parte de la excusa argumental o estética? Quizá. Así por lo menos el cine español no será el único en sentarse en el banquillo por ello.

domingo, 5 de diciembre de 2010

*+* Una hora con Claudia Llosa *+*

Foto: Alberto Vera

Tiene los ojos verdes y las manos pequeñas. Su sonrisa es limpia y franca, como su mirada. Gesticula en círculos al hablar y, a veces, se pierde en el discurso. El hemisferio periodístico se enfada ante una libreta plagada de titulares a medio construir. Palabras clave mencionadas en frases inacabadas. El hemisferio plebeyo y humano comprende. ¿Cuándo un proyecto cinematográfico fue una operación matemática? Encerrados en una sala de juntas como un desván de abuela, la sometemos a un interrogatorio intelectualoide y cultureta. Los cristales tiemblan y, fuera, estalla una tormenta. Hay oportuniadades y orgasmos mentales que hacen olvidar los horarios de medianoche y las nóminas a destiempo.

"En quechua no existe una palabra para decir 'violación'", explica Claudia Llosa. Y la afirmación cae como una losa sobre lo que aún está por venir. "Existe robo, o maltrato... o ya la vertiente positiva", añade. Una laguna léxica muestra de la mordaza que calla a las mujeres andinas. El símbolo de la impotencia de una generación que sufrió durante veinte años la violencia y los ataques de Sendero Luminoso y no pudo contarlo. "Ni siquiera la autoridad era símbolo de seguridad. El poder político también hizo mucho daño y había mucha esquizofrenia sobre de dónde te podía venir el peligro", añade. Relegadas a aquel silencio, decidieron obviar -tal vez esconder, pero no olvidar- su herida. No había nadie que las escuchase y decidieron alejarse de los recuerdos, evitar el estigma aunque fuera como víctimas. "Intentaron desvincularse de Sendero, entrar en la sociedad, modernizarse, castellanizarse". Borrar aquella parte doliente y dolorosa de sí mismas. Por eso La teta asustada tenía que llorar en quechua.

Cuando Claudia Llosa dio con aquella generación perdida, acababa de estrenar Madeinusa. La película fue tildada de "racista" y ella, de alguna forma, sintió que había tocado algunos de los resortes prohibidos de su país. Había hurgado en la herida pero muchos temas se habían quedado en la superficie.

Fue entonces cuando descsubrió el síndrome de la teta asustada. El horror vivido que aquellas mujeres andinas habían transmitido a sus hijos con la leche materna. Por extensión, el miedo, "la guerra transmitida como una enfermedad generación tras generación. Si no somos capaces de enfrentarnos a la herida, ésta se puede perpetuar", afirma.

Se enfrentó entonces a la gangrena en la que Perú había vivido desde la tragedia. Quería diseccionar ante la cámara el periodo más oscuro de su historia. El inicio de su rodaje coincidía con la constitución del Comité de la Verdad y las purgas; pero ella no quería buscar culpables ni cuestionar lo sucedido. "Una transición política no siempre resuelve lo emocional" asegura si mira, también, a España.

"Me detuve y sentí cómo mi país estaba aún en la melancolía del dolor, donde no se puede hablar ni avanzar", confiesa. No había habido quien escuchara los lamentos de la teta asustada, pero tampoco nadie capaz de detener aquella corriente subterránea que seguía carcomiendo por dentro. Ese miedo congelado y alieno era el pozo negro y sin fondo de la mirada de Magaly Solier. "La emoción contenida en un vaso que se quiebra por todas partes pero del que no se escapa el agua". "Sólo una mujer como ella podía dar ese poso dramático", escribía Gregorio Belinchón. I agree.

Desde sus ojos, desde los de Fausta, fue desde los que Llosa miró siempre la historia. Ese lamento agónico incomprendido e incomprensible. Ese luto perpetuado hasta la extenuación. Esa sensación de irrealidad, de horror ajeno... Hasta que fue madre. "Existe una responsabilidad en la información que se brinda. Es muy difícil pedírselo a alguien que ha vivido la tragedia en carne propia pero tiene que saber ser filtro, si no neutro, por lo menos limpio. Dar la posibilidad de cambiar, de no arrastrar más el conflicto", explica.

Avalada por el triunfo internacional y el Oso de Oro en Berlín, La teta asustada llegó a Perú como "una bocanada de aire fresco". Permitió que el debate se colocara en las mesas de las casas, que volviera a las portadas de los periódicos. El cine había conseguido romper la incapacidad comunicadora. "Tiene que haber una generación que diga 'hasta aquí. No puedo resolver lo que pasó pero puedo trabajar a partir de ahora. Demostrar que sí hay chance'".

jueves, 2 de diciembre de 2010

*+* 'Niño Pepita', la teletienda de los milagros *+*

"¡¡¿¿Dónde está ese pueblo??!!", exigía -más que preguntaba- un periodista a Claudia Llosa justo después de ver Madeinusa. Ella sonreía. "Si ese pueblo existiera de verdad, sería el más famoso del país y estaría en todas las guías turísticas", respondía ella. Y, como consecuencia, Madeinusa sería imposible.

La peruana sabe lo que se hace. Su cine se mueve en la estrecha franja que separa la ficción (verosímil) de la realidad. Si en Madeinusa reiventaba el atavismo de su propio país -donde subyacía una religión permisiva y hasta libertina- para hablar de la realidad de los pueblos andinos, en La teta asustada partía del horror real de los años de Sendero Luminoso para crear la ficción y hablar de cómo el ser humano es capaz de transmitir o heredar el miedo.  De la mochila transparente, el globo aerostático cargado de Yolanda Adrover. La angustia, el luto perpetuo. Pero Claudia Llosa no habla desde la política, sino desde lo emocional.

Tildaron Madeinusa de racista y ahora, a menos de tres horas para que la propia Llosa desgrane en Sa Riera los secretos de La teta asustada, YouTube devuelve su último trabajo. El cortometraje Niño Pepita. De nuevo, la frontera entre ficción y realidad. De nuevo un Perú desconocido sobre el que el espectador sería capaz de creer casi cualquier cosa. Una especie de terrorismo teatral como el que practicaban en Noviembre de Achero Mañas con predicador incluido. Inventar un servicio teletienda de milagros. Adquiera el altar -hinchable- del Niño Pepita, o el juego de cama, tal vez la camiseta. Búsquele un hueco en su casa y verá como, casi por arte de magia, sus problemas empiezan a resolverse. ¿Reconocerá cierta crítica la peruana?