viernes, 30 de julio de 2010

*+* Marlango: Tapiados en la casa del árbol *+*


Marlango lo ha proclamado: han descorrido las cortinas y han dejado que la luz entre en su música. El momento dulce que atraviesan personal, profesional e incluso metafísicamente les supura de tal manera que -mientras Jorge Drexler esconde a su querida Leonor y al hijo de ambos en cada uno de sus nuevos temas- la banda madrileña se ha rendido a un puñado de canciones amables. Agridulces, sentimentalmente ambiguas pero pensadas con una sonrisa de oreja a oreja. "Adiós a la oscuridad y a la nostalgia", enarbolan. Merdè!!

¿Dónde está el Marlango que debutaba en 2004 con un disco homónimo, editado por Subterfuge y que casi rozaba la perfección? Ése que tal vez era el mismo producto gafapastil de hoy pero mucho menos previsible y extendido. Aquella atmósfera oscura, pintada en blanco y negro e intuible entre el humo de un cigarro fumado por Leonor Watling. Aquella chica tímida de tez pálida que poco a poco empezó a crecerse sobre el escenario. ¡Joder! Los cuatro frikis que hemos aceptado la polivalencia del fenómeno actriz-cantante y que ya estábamos habituados a la broma sobre los susurros de Najwa Nimri necesitábamos algo como aquello. Una repentina femme fatale de ojos ahumados salida de la chistera. Quizá sin grandes dotes vocales pero con una voz perfecta -incluso falsamente cascada- para un grupo que tenía tanto de atmosférico como de envolvente. Una estética más que cuidada donde las letras se editaban con fingida máquina de escribir.

Marlango, el disco, gritaba y lloraba a partes iguales. Abría Madness y la seducción era ya casi completa. Respiraba sensualidad por los cuatro costados. Un carpe diem de locura en el que los sentidos nunca se perdían del todo. Un laberinto de confusas sensaciones. El mismo que cantaban I suggest, No use, Maybe o la increíble Enjoy the ride, lema del disco y banda sonora de su recién estrenado cabaret musical con Tom Waits como padrino.

Del otro lado quedaba la nostalgia, la espera desesperada, los miedos, la mujer del pescador de Gran Sol junto a Green on blue, Nico, My love o Every.

De acuerdo, tal vez la ya entonces bautizada como banda-de-Leonor-Watling no fuera más que un buen producto de marqueting con una cara bonita y conocida al frente. Pero ahí había sustancia, sustrato, novedad.

"El cambio ha sido natural, nunca hemos forzado la evolución", aseguran. Y es cierto. Un par de años -o menos- después, aparecía Automatic imperfection y de nuevo rendición absoluta ante el single del mismo título y la gran Shake the moon. Autómatas, un poeta en Nueva York, Lost in translation para la primera. De nuevo la femme fatale esta vez con frac gritando al satélite por un megáfono. Piano y trompeta con sordina. ¡Cómo acertó la Watling al modular la voz en esta canción! Vituperios al borde de un rascacielos contra un mundo que no acaba de funcionar, que se pierde, se confunde y se despista.

Una ola de susurros y voces recorre el álbum ahora con hilo argumental o estético más claro: Cry, I don't care. Ya no estaba la nostalgia desgarrada del debut, se había romantizado para Architecture of lies o Trains.

Y como la noche no podía ser eterna, tocó a su fin. The electrical morning la llamaron. Y la intención del disco era la misma que ejercía en su trayectoria: un amanecer que nos ha pillado a desmano y aún sin acostar. Esa extraña sensación de meterse en la cama con los primeros trinos y de ir apagando farolas de camino a casa como en una película de suspense.

En esa mañana, Leonor se descubrió despertando al lado de Jorge Drexler y se autodedicaron -además de cantar a dúo- Hold me tight. La sobredosis de romanticismo era la misma que el trance de ese vampiro musical sacado del ataúd en pleno día. Aquel camino de la felicidad con banda sonora al libro de Punset había perdido el norte de lo que había prometido ser. En Walking in Soho me bajé del carro.

Ahora resucitan con Life in the treehouse. Desde su casita en el árbol con chimenea de juguete y vistas a una pradera florida alcanzan la conversión definitiva. The long fall no es mala, pero sí previsible y monótona. La femme fatale se pasó la toallita desmaquillante y empezó a jugar con mechos de pelo entre los dedos. Del jersey frío de ángora de Suzie Marlango habíamos pasado a una Leonor Watling convertida en chica de catálogo de Mango.

Tal vez si alguien alcanzara a cerrar esas cortinas... Si tapiáramos las ventanas de su casa del árbol... Quizá entonces volverían a erigirse como los reyes de las dulces tinieblas.

martes, 27 de julio de 2010

*+* Manayaycuna, la espalda de Dios *+*

La idea de una historia que empieza con un pequeño pueblo que recibe la llegada de un extranjero es tan antigua como las teorías del cuento de Propp y Antti Aarne. Lo mismo que esa damisela perdida en un extremo del mundo esperando la llegada de un caballero que la rescate del tedio a lomos de un corcel blanco.

Pero Claudia Llosa no se quedó ahí. Le arrancó lo superfluo de la poesía y habló de la carne. En su vuelta de tuerca el extranjero se convirtió en un gringo inmerso en un viaje entre el pasado y el futuro pero arrasado y envenenado por un presente que le domina. Y antes de darse cuenta, mastica hojas de coca para no sucumbir al mareo del mal de altura. Al abismo de un vértigo inconsciente hacia el que inevitablemente se siente atraído. Su solo nombre, Salvador, es una señal de su destino.

Manayaycuna se levanta en medio del horizonte árido. Un pueblo sin indicador en el mapa perdido en la cordillera andina. Apenas un punto en la inmensidad peruana en la que se esconde otro mundo. El relojero se instala en el centro de la plaza obligado a contar cada minuto del tiempo con sucesivos carteles blancos. Mientras, el resto se dedica a la elección de la nueva virgen Inmaculada entre las jóvenes del lugar.

Lo que parecía un reloj que avanza era en realidad una cuenta atrás. En la Iglesia, el Cristo crucificado deja caer su cabeza para señalar el final. Su descenso de la cruz indicará su muerte.

El gringo en su escondrijo involuntario es relegado a ser observador furtivo. Testigo de un mundo desconocido e inacabable al que bastará una patada para poder acceder. Un lugar plagado de la nostalgia y heridas del desengaño. Donde el egoísmo y la desesperanza no entenderán nunca del bien ajeno. Donde la envidia puede envenenar como el mismísimo veneno para las ratas. El odio silencioso que recorre el pueblo de cabo a rabo escondido como las aguas subterráneas. Las miserias del hombre.

El vértigo del extranjero parece cada vez más generalizado. Por delante un futuro cada vez más inalcanzable y por detrás un pasado al que nunca volver. En medio, bajo los pies, un presente confuso en tierra de nadie. Ante sus ojos caen uno a uno los esquemas preconcebidos. La religión se funde con lo profano. Se mezclan y se confunden supersticiones, ritos y fiestas, la inocencia y el incesto. La vida y la muerte.

En un instante las hojas del relojero se vuelven rojas y comienza el Tiempo Santo. "En Tiempo Santo no hay pecados", susurra Madeinusa convertida en la virgen Inmaculada al oído del gringo mientras descubre su sexo bajo la túnica. Ella misma cubrió con una venda los ojos de Dios muerto. Hasta su resurrección dominical se presentan tres días a la espalda de Dios. El entierro del todopoderoso tras el que el pueblo se libera y deja de preguntarse el cómo y el porqué de sus acciones. Nada habrá hasta entonces que pueda ser castigado.

La sola idea revuelve el alma. Con creencia o sin ella poder apagar por tres días la voz de la conciencia suprema libera de cualquier preocupación. Ninguna instancia inferior, ni tan siquiera la propia conciencia, habrá que pueda cuestionarlo. Cualquier gringo caería seducido.

El barroquismo del rito andino. El surrealismo de sus pasos de procesión con una virgen de carne y hueso. Un relojero que apenas parpadea más de la cuenta para no perdonar ni uno solo de los minutos. Un universo fascinante y desconocido en los ojos penetrantes del extranjero. En los de Madeinusa, ni siquiera un respiro en un ambiente claustrofóbico, enclaustrado y opresor. El gringo -en cuya camiseta cree ver su destino escrito al leer su nombre- es la puerta abierta a esa Lima que se antoja como la esperanza.

A medida que la resurrección se acerca todo se acelera. Se altera, se atropellan los pretextos y las acciones. El horror, también subterráneo, serpentea por el mismo cauce escondido que el odio. Las negativas se convierten en promesas y sobre el horizonte parecen galopar de nuevo los cascos de un corcel blanco. Pero no. Claudia Llosa tampoco quiso recuperar la tradición de los Hermanos Grimm. Dejó a Propp y a Antti Aarne en un desplante. En su cuento no había necesidad de un salvador.

miércoles, 14 de julio de 2010

*+* La jungla electrónica de Najwa *+*

Cuando King Kong abrió la mano y dejó a Jessica Lange sobre el suelo, el paisaje ante sus ojos era tan apocalíptico que apenas pudo celebrar ser la última superviviente. El mismo páramo desierto en el que resurge Najwa Nimri. Atrás quedan los estribillos luminosos y bailables de ‘Mayday’ y la inquietante serenidad de ‘Walkabout’. Se arrancó la máscara idiomática que la protegía y regresó descarnada y agónica. Erigida en un monstruo que se golpea el pecho como el primate que la ha poseído.


Pasan las once y media de la noche cuando los músicos y ella aparecen entre el público. Ocupan el escenario y callan los aplausos. Empieza lo que Najwa bautizó como liturgia. Una letanía de guitarra eléctrica y distorsiones electrónicas. El paisaje se antoja desolado y perturbador. Abrazada al micrófono como a mástil de barco deja escapar los primeros cantos de sirena. “Como música en el agua es la suave voz que oí… Lo más oscuro del alma. Todo en calma”. Se mece y se tambalea a un tiempo. Desaparece el piano y el monome de Raúl Santos dibuja una psicodelia de acordes imposibles.
Nunca había tenido tan clara y uniforme la idea global de un disco. Nunca hasta aquella operación que la dejó meses sin voz había sentido esa necesidad de gritar. Desenmascara, encontró grietas que brotaban como heridas. Agujeros por los que canta “un monstruo frío que no me deja ser”:Siento el diablo en mí”, “sé que el mal está en mí”, se obceca mientras se golpea el pecho en nombre del último primate que la ha poseído.

Tras confesar su fragilidad en ‘Facil de romper’ enarbola el arma imaginaria de ‘Con un puñal’. Vuelve el animal agónico. Su grito descarnado es desesperado y descorazonador. Un chillido contra lo cruel que ese ente llamado amor puede llegar a ser. “Me llevará un poco de tiempo ser toda una asesina, pero lo intentaré”. Un ser vengativo que se mueve entre las verdades y las mentiras, entre los altibajos destructivos de ‘Dirás la verdad’: “Te veré, me verás. Reiré, te echaré de menos. Creerás que mentí y dirás la verdad. Sentirás que esta bien, sentirás que está todo mal”. Una maraña de emociones que lucha contra lo absurdo de lo inevitable, lo destinado. “Te amaré, me amarás”. Sólo un pequeño resquicio queda para el olvido.

Cómo estáis aquí en Palma, cabrones. Estáis de puta madre. Lo que necesitéis me lo pedís y yo os lo daré”, afirma cortando la tensión con un cuchillo que no se despega de su sonrisa.

La improvisación devora los finales que se alargan hasta el infinito con rapeos en los que mezcla lo que asegura letras del próximo álbum –“Podemos dar en el blanco sin mirar la diana, inspiración sincronizada”- y retahílas inventadas en inglés.

El silencio dura apenas un segundo y el reloj echa atrás sus agujas. Raúl Santos retoma el poder. Vuelve la atmósfera hipnótica, absorbente. Suena ‘So often’ y en cuestión de minutos la sala entera baila el house recién estrenado del tema. Aquella oscuridad que entonces me hacía pasar la pista era el inicio de un sendero que Najwa tenía aún que explorar.

De lo más profundo, del fondo más oscuro del pozo, empieza a renacer. “No importa que naufrague, hoy nadé otra vez”, repite en ‘Jugué y gané’. Poco a poco, como si de la mismísima Sylvia Plath se tratara: “La manera en que emerge de la oscuridad para convertirse en una explosión de furia”. El estallido que llega con ‘El último primate’ y el público coreando su voz. “Gritaré, gritaré hasta llegar a ti”. La rebelión contra una injusticia sentimental. “Y si estás tan acabado, fumigado, aniquilado. Arrasado y envasado por estar aquí a mi lado, gritaré”. Un primate convertido en francotirador a la caza de un desempate.

En pleno éxtasis alarga con ‘Mi ritual’ antes de dar el salto nostálgico definitivo a ‘Dead for you’ y ‘Crime’, “¿es demasiado lenta?”, pregunta consciente de la vorágine en que ha sumido la sala. No hay pausas ni segundas partes. “Yo no me quiero ir, nunca me quiero ir, aquí menos. Me hago desear cero”, reconoce.
Llega el momento de la despedida y nadie, ni siquiera ella, es capaz de abandonar. Apenas durante un segundo fuera del escenario. La lejanía y el olvido le hacen desechar ‘Go Cain’ por mucho que el público la pida. Accede a recuperar un ‘Near the air’ improvisado que acaba por convertirse en reggae.
Su debut en Mallorca se transforma en una fiesta apoteósica. Adiós Sylvia Plath, hola Najwa Nimri. Sube a una espontánea al escenario, advierte de los peligros de hacer funky “sin un negro cerca”. Oscila y se mece como la Lucía asfáltica que bailó en casa de Charlie a ritmo de Mastretta. Vuelve ‘So often’ y la sala vibra. Entra en efervescencia por ese seductor tobogán sonoro dibujado por Raúl Santos. “Menos mal que no tenemos más repertorio preparado porque sino no me iría nunca”.





Najwa - El último primate

jueves, 8 de julio de 2010

*+* Cosas que pasan *+*

Suele ocurrir un par de veces al mes, a veces incluso sin luna llena. Pero si se empeña y aprieta, es capaz de engullir treinta días en un suspiro y convertirlos en treinta interminables noches.
Empieza como una marimba hormigueante, una sonrisa con más curvatura de labios que de costumbre. Le sigue un guiño del espejo, una mirada en la que se intuye más brillo del habitual. Hay algo, en algún lugar incierto entre el corazón y las entrañas, que empieza a bombear y no descansa. Una explosión que asciende en espiral desde la punta de los pies hasta el sexo. "Deseo, mire donde mire, te veo", se obceca el cerebro.

La habitación en penumbra. La cama se antoja el último paraíso. Se estremecen en ella los músculos y los arrebatos. Se pierde la razón entre los escondites de una sabana que adquirió tilde.

Ante la compañía ausente, se dispara la inventiva y sobreviene el recuerdo. Te cruzas de brazos y vuelves a mirar altivo al objetivo de mi cámara bajo ese palio de neones que te anuncia como el mesías chipriota. Vuelves a ser el último habitante del planeta -con música de Mastretta- con el que perderse entre las calles de un mundo que se empeñó en la guerra. Nicosia es la puerta a un vergel ruinoso y prohibido en el que descubrí que no siempre podría aguantarte la mirada.

Sonaba aún Mastretta aquella otra noche, meses después. Más alcohol que comida danzando en el estómago. "Y pensó 'quién será tan feliz como yo'. Gira el mundo a mis pies para mí porque sí". Sólo una minúscula mesa separa mi butaca de tu sofá en un local de sillones raídos y luz tenue. En la calle llueve. Y en tu discurso hilas palabras clave que nunca sabes que existieron. Yo sonrío, también con música de Mastretta. Te habría devorado. Habría saltado sobre ti y habría dejado tu títere sin cabeza.

Relamo la última cucharada de un yogur de vainilla mientras la transición musical va del 'Baile en casa de Charlie' mastrettense al 'Y si amanece por fin' sabinero. Siempre fui carne débil para quien supo conjugar los mensajes perfectos con las palabras adecuadas. Si hoy echo un vistazo al buzón del tiempo consiguen volver a encenderme. La vigencia siempre fue tu punto fuerte. Y aunque no me cansé de predecirlo, nunca llegué a empacharme.

Prometías placer y risas a partes iguales en un idealizado Madrid escenografía perfecta de nuestra película. Despunta la madrugada al final de Gran Vía cuando suenan los primeros acordes y, antes de llegar a la batería, me tienes rendida de nuevo a tus palabras. Donjuan literato. Danzamos de nuevo en el mismo borde del bordillo, allí donde se abrían las realidades alternativas. Al fin y al cabo siempre dijimos que el tiempo no iba con nosotros. "De ti depende y de mí que entre los dos siga siendo ayer noche".

El deseo gritaba entonces en nombre de la sinrazón y de aquello que nunca hicimos. Revestíamos de poesía aquel vano recuerdo físico. Ahora, por qué mentir, tu bordillo me sigue resultando igual de apetecible. Un reencuentro valiente vino a refrescar la memoria de un recuerdo aún no del todo dormido. Y la realidad resultó más banal pero mejor que la poesía.

De nuevo en la penumbra me revuelvo e intento atrapar el sueño ya entre la sábana. Esta efervescencia de futuro incierto me consume por dentro y te sigue dibujando en el horizonte. "Ir y venir, seguir y guiar, dar y tener. Entrar y salir de fase... Amar la trama más que el desenlace", se despide Drexler.



Jorge Drexler - Deseo