viernes, 25 de febrero de 2011

Ese experimento llamado 'Elisa K'

No tenía intención de pasar por la crítica a Elisa K, pero la Setmana del Llibre en Català con Lolita Bosch -autora del libro en el que se basa el film- como invitada especial y pregonera mayor, me lo ha puesto a huevo. La película consiguió el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián y la nominación a Mejor Guión Adaptado de los Goya. Los expertos coincidían: otra vez se premiaba la experimentación del cine por encima de la narrativa. Metacine, además, made in Cataluña. Al lado de sus responsables, los de Pa Negre se apuntaban al mismo club.

"Cine tan independiente como prescindible" titulaba Carlos Boyero su crónica de la Berlinale el mismo día en que se celebraban los Goya. Y yo me acordé de Elisa K. La culpa no era mía, sino de Judith Colell y la entrevista concedida a L'Espectador de l'Art en la que, de nuevo, confesaba que su película había sido concebida bajo el manto del cine independiente. "El sarcasmo es un signo de malestar interior. Como Boyero", me dijeron una noche. Y con malestar o sin él, me vino todo el sarcasmo.

"El panorama [del cine] español está fatal, el catalán no. En España es desolador porqué no hacen “ni chicha ni limoná”: hacen estas superproducciones que me interesan relativamente poco, aunque entiendo que deben existir y se deban hacer. A la industria de Madrid le faltan, no se por qué, estas películas mucho más libres de lenguaje que se hacen aquí", suelta la catalana y se queda tan ancha. Cualquiera que la oiga hablar de superproducciones en el cine español pensará que nos pasamos el día haciendo remakes castizos de Apocalypsis Now. Digamos que, para empezar, que me consigan convencer de que la distinción entre "cine español" y "cine catalán" no tiene nada de político, es más que imposible. Pero no contenta con lanzar piedras contra el que, le fastidie o no, es también su propio tejado, Colell encuentra incluso argumentos para defender la existencia paradisiaca del [cine] catalán.

Para la cineasta el "no tener la guillotina de la taquilla sobre nuestras cabezas" le da la libertad de hacer películas de bajo presupuesto, "de cámara y cuatro personas". Eso que, para que suene bien, han dado en llamar 'cine de autor'. Luego pasa lo que pasa, por la boca muere el pez. Desde los foros de Fotogramas -quizá sin leer su entrevista- le apuntan que gastando lo que ella gasta en actores secundarios, hace un película hasta el más pintao. Si es por barata, que no quede. Eso sí, el resultado es deplorable. Dan ganas de zarandear a esos gatos de escayola que no consiguen disfrazar de incomunicación su mala interpretación. Queridas Eva Pallarés y Carolina Bang, parece que en Cataluña tenéis un nicho de mercado cojonudo.

Y no era sólo que Judith Colell me cayera bien, con 53 días de invierno tuvo un debut más que notable. Un film un tanto recargado y al que podría ponerse algún 'pero', pero que -valga la redundancia- crece en comparación con la nueva cinta. Los objetivos de Elisa K me confunden. Para el tándem de cineastas compuesto por Jordi Cadena y Colell la frase de "dentro de unos minutos Elisa será violada y lo olvidará todo" fue clave para decidirse a adaptar el libro. Una cita con la que uno ya sabe todo lo que tiene que saber del argumento de la película -que estira hasta poco más de una hora el proceso- y que contiene dos de los supuestos pilares: la violación y el olvido. Bueno no, para la catalana la cuestión no es el hecho en sí mismo sino el síndrome -tipo la teta asustada- que arrastra. La capacidad de la mente humana para desterrar algo doloroso de la memoria y recuperarlo de repente, en un momento cualquiera. La pena es que entre lo uno y lo otro pasen apenas un par de minutos y escenas. Claro, como ya se nos dijo que lo olvidaría todo, el espectador debería poner un poquito de su parte.

Algo chirría en el fondo. La pareja se dividió el film equitativamente: "tú haces el pasado y yo hago el presente", le dijo Judith a Jordi. Él, creó un pasado en blanco y negro. Plagado de secuencias largas en las que no pasa nada. De bochornos ambientales, de incomunicación, de incongruencias, de cosas mezcladas que no tienen nada que ver. Y de una perpetua voz en off que ha debido sacar de sus casillas al señor Juan Antonio Porto. Si algo me quedó claro en sus clases de guión de cine, es que una voz en off no puede ser el audio de lo que estás viendo. En algo se tendrá que diferenciar de la página 888 del teletexto.

En esa primera parte -que tiene una herencia de Ventura Pons más que evidente- es cuando a uno ya le empieza a mosquear el tema de los secundarios e incluso de la niña protagonista que llora mal no, peor. Como aquí los indies dicen que pasan de los grandes castings... Para cuando hemos acabado el trabajo de Cadena, Elisa K sigue acordándose perfectamente de lo sucedido. Así que si el olvido se limita a una cortinilla con fundido a negro el tema presupuestario está más jodido de lo que pensaba.

Colell retoma la película. Una Elisa ya adulta que, aunque no se hayan dado cuenta, ya no recuerda nada. Lo peor es que ni siquiera lo que hace saltar el resorte queda muy claro. ¿Tiene su magdalena proustiana olor de café? A partir de ese momento se desata la locura. Una larguísima escena de rabia, autolesiones, miedo, horror, asco y un largo etcétera por los que pasa Aina Clotet en un plano secuencia digno de admirar. Tengo la sensación de que la película entera se justifica en él, y no me basta. Es más, con Clotet tengo el mismo problema que con otros tantos actores del entorno como Roger Casamajor o, ya in extremis, Oriol Vila. Lo de haberles visto pasear por TV3 hace que les mire con ojitos a los que luego su trabajo no hace justicia. Por el momento, a la única que salvo mínimamente de la quema es a Nausicaa Bonnín a la espera de que un papel como dios manda la hunda o la consagre con lo que sólo se vio a medias en 'Tres días con la familia'.
Y eso es todo. Antes de que se dé cuenta, ante sus ojos desfilarán los créditos finales. No, Elisa ni se casa ni se muestra si tiene problemas en sus relaciones sexuales ni si se volvió una psicópata por culpa de lo sucedido. No hay más. Ellos querían contar la desmemoria y la vuelta en sí. Pues para eso podrían haber hecho un corto. Más indie y más barato.

lunes, 14 de febrero de 2011

XXV Premios Goya 2: Al pan pan, y al Bardem, vino

Bueno, ya está. Los 9 goyas de los 14 posibles, situaron a Pa negre como ganadora de la noche. Era el titular más buscado. El cineasta maldito se reconcilia con la Academia. O, mejor dicho, la Academia se reconcilia con el director maldito. "Después de años de ser un bicho raro, siento que me hago un hueco en el cine y me gusta", dijo el propio Agustí Villaronga al recoger un Goya.

No se engañe, Agustí. Tenía todas las papeletas para salir tan bien como salió. Hay años que a la Academia -sobre todo con un enemigo oficial como De la Iglesia- le da por hacer buenas acciones. Lo suyo no es nuevo, tiene a Jaime Rosales y la La Soledad -zzzzzz- como precedente directo.

Villaronga tenía todos los ingredientes para que se hiciera realidad eso de la discriminación positiva: película en lengua catalana, posguerra al canto, director maldito, dos niños en el reparto... ¡Y lo bien que quedaría premiar a este film para, de paso, reconciliarnos con Cataluña! Qué políticamente correctos somos todos, oye. Reafirmémonos, como ya dije en otro post, en la idea de que España sólo vende Almódovar, dramones de tinte social y las historias con moraleja histórico-política con opción a ingrediente guerracivilista. Si me apuran, Pa negre reunía incluso las dos últimas. ¡Milagro! Háganse los Goyas.

Yo sigo dudando de esta película. De interpretaciones que no acaban de convencerme, de un guión contado a borbotones, de un doblaje pésimo... Sólo quiero agradecerle a Marina Comas que le arrebatara el goya a Carolina Bang. Gracias. Por cierto, que si Villaronga no se ha enterado aún. El Consell de Mallorca ya anda subrayando con fosforito el 'Mallorca' de su DNI. Como con Daniel Monzón. Después de no poner un duro para sus películas y de que se nos convierta en otro cineasta tránsfuga, recordamos que no, que es nuestro. Me pone enferma.

La que pareció no sucumbir a lo políticamente correcto fue Contracorriente, la película peruana. Mi querido Matías Bize le arrebató el Goya a la mejor película latinoamericana con La vida de los peces. La gala prometía también su encuentro con Julio Médem después de que éste adaptara en versión española, lésbica, situada en Roma y música de Russian Red, su En la cama y no le citara ni en los créditos. Pero del vasco no hubo ni rastro. Se dedicó a mandar a sus musas como representantes. Ambas se volvieron a casa de vacío.

Confabulados en negarle a Balada triste de trompeta que otro cine es posible -y después de que Pa negre le arrebatara a Tres metros sobre el cielo el mejor guión adaptado-, sólo Bon appétit y David Pinillos como mejor director novel desviaron mínimamente la línea de "vamos a premiar esto y punto". Sí, esa "película de amigos que se besan" tiene pinta de ser una ñoñada como pocas. Pero ojo, Tres metros sobre el cielo recaudó más que Balada, Pa negre y También la lluvia juntas. Bienvenidos sean los adolescentes al cine español. Mario Casas servirá de algo.

Y, si alguien protagonizó la gala hasta deslumbrar a Villaronga fue Javier Bardem. La tríada Almodóvar-Bardem-Cruz quiso honrarnos de nuevo con su presencia mandando al padre de familia. Qué cara de tontos se nos pone cada vez que llegan. Qué complejo de paleto tan grande. Qué panda de malpensados quienes digan que, ante la gran posibilidad de que Bardem se comiera los mocos en los Bafta gracias a El discurso del rey, era mejor recoger su Goya más seguro que el personaje del galardón y no quedar como que había preferido irse de vacío que venir a su país. ¡Qué tontorrones nos ponemos mientras le dicen "enhorabuena por todo" mientras todos sabemos lo que ese TODO engloba! Ainss, qué pereza. Papelazo en Biutiful, sí. Pero cansancio de estrellitas de Nestlé. Lástima que nos quedamos sin conocer el nombre de la criaturita. Apuesto por PEDROOOOOOOOO.

XXV Premios Goya I: El sari de Sinde, las descargas de Buenafuente y el discurso del presi

He soñado con Asier Etxeandia. No es que me moleste, ni el chaval está nada mal ni -después de 'Barroco'- dudo de su talento interpretativo. Pero creo que la cosa viene porque, dos horas y pico de Goyas después, mi subconsciente seguía atrapado en una gala que pasó del acierto a la repetición y la vergüenza ajena. Creo que el númerito musical -¿quién convenció a Luis Tosar para presentarse?- nos pilló a todos demasiado en frío como para juzgarlo con objetividad. Digamos que el gran inicio de Andreu Buenafuente mientras bajaba del cielo y decía "esto ha sido una descarga legal" fue desembocando en una sucesión de chistes malos. El momento del micro que transformaba la palabra en música -joder, ahí sí que quién coño convenció a Antonio de la Torre- fue patético.

Dice mi madre que mientras en el extranjero hacen las cosas a lo grande, aquí siempre optamos por hacer el payaso. Y la callo con un "ay, mamá!!" al tiempo que pienso que, visto lo visto en el repaso de los 25 años de Goyas, a lo poco que hemos aprendido es a mejorar los decorados.

A los que no entendemos -ni tenemos intención de hacerlo- de moda, la alfombra roja nos sirve poco más que como un critiqueo a pie de playa. Supongo que ambas están concebidas para lo mismo. Los chismorreos son los mismos que un Sálvame cinematográfico. Primero, que quién era la señora que acompañaba a Imanol Arias -duda más que razonable después de haber convertido su separación en un serial más. ¿Quién podría dejar a Antonio Alcántara?-, que qué guapísima está Aitana Sánchez Gijón y qué maravilla un flequillo-quita años, que Najwa Nimri sigue apostando por el horterismo de escote o transparencias y que, atención, Leonor Watling vuelve a estar embarazada. El matrimonio con Jorge Drexler es fructífero y no sólo en premios.

Nos vendieron la gala como la noche de la posible polémica González-Sinde VS. De la Iglesia. El jeto de ambos en el posado -pese al sari que la ministra se encasquetó en plan 'vengo en son de paz'- hablaba por sí solo. La pena es que todos sabíamos lo que iba a pasar. Primero, que TVE apenas iba a enfocar a los manifestantes convocados por Anonymous en los alrededores del Teatro Real. No, no era su noche. Es cierto. Y menos protagonismo iban a tener después de boicotear la página de la Academia y la de los Premios Goya. Desde luego, mostrar el mal uso que se puede hacer de internet no es la mejor manera de defender Cinetube. Recordemos, eso sí, las sabias palabras con las que Eduard Punset puso a Sinde en su sitio. Sólo me alegro de que el que saltara al escenario fuera el gilipollas de Jimmy Jump y no un manifestante rebelde. Hubiera sido una cagada monumental.

Para quienes seguíamos confiando en las reivindicaciones de la noche -algo, por lo menos. Qué bien que habláis todos después- nos quedaba el discurso de Álex de la Iglesia. Denigrado de su categoría de cineasta por ser el director de la Academia, podía más que suponer que su papel en la gala iba a ser más oficial que paritario. Es así. Todos habrían titulado con el tongo sobrevuela la gala de los Goya. No importa que el listado de los académicos sea casi infinito. De 15 nominaciones, Balada triste de trompeta se fue a casa con dos: maquillaje y peluquería y efectos especiales. Sí, vale. No hay premios objetivos. Pero frente a una peli más de Villaronga, análisis aparte, De la Iglesia había firmado uno de sus mejores films hasta el momento.

"Bienvenido al club de las injusticias", le podría decir alguno. Icíar Bollaín, sin ir más lejos que de 13, se quedó sólo con el pico: dirección de producción, música -siempre grande Alberto Iglesias- y actor de reparto. El Goya al señor Karra Elejalde nos regaló un momento de emoción. El actor le agradeció a Bollaín haberle sacado "de boxes". El cabezó le colocó en el puesto en el que probablemente hace tiempo que debería estar. Que se aplaudiera tanto como cualquier otro galardón -sigo sin entender porque nadie se puso de pie con Pasqual Maragall- es otra de esas cosas que tiene el ego del cine.

A De la Iglesia no le quedó más remedio que hacer todo lo posible por pasar a la posteridad por su discurso. "No le tenemos miedo a internet, es la salvación de nuestro cine". Grande. Por fin alguien se ha dado cuenta de que, con una cantidad de películas españolas inasumibles por las pantallas -siempre y cuando el sistema sea el que es- la red es una plataforma más que buena para dar a las cintas esa segunda vida que buscan. Sí, habrá que plantear "un nuevo modelo de mercado, una nueva manera de entender el negocio del cine". Eso sí, mientras se pueda elegir entre barato y gratis, la cosa está clara. El cine, consiste en una pantalla y alguien del otro lado. Lo dijo él mismo. Y, casi en homenaje a Punset, añadió "si queremos que nos respeten, tenemos que respetar primero". Lástima que con su dimisión, se acabe una de las pocas voces con sentido común y que se atreve a diferir de la línea oficial.

miércoles, 9 de febrero de 2011

'Biutiful', con 'i' de inverosímil

Quien no ha ido nunca a un Cineville, no sabe aún lo que es un moderno con el cine como principal afición. Y quien no lo ha hecho en Amsterdam, a 9 euros la entrada y con una sala poco más grande que el salón de casa, no tiene ni idea del bien que nos ha hecho Cinetube.

Los 3 euros de diferencia deben de irse en aranceles proteccionistas, distribución o en costear una pantalla protegida con un telón rojo y un servicio de bar que deja entrar a la sala con una copa de vino o una taza de café. Por las palomitas ni pregunte. Los únicos sólidos que tienen acceso son las pastas de té.

Compramos las dos últimas entradas para Biutiful. Con González Iñárritu en la dirección y Bardem como protagonista, el film ha conseguido colarse en la categoría de 'visión obligada' incluso fuera de España. Y la versión original garantiza presencia hispana en la sala.

Dos horas y pico de metraje después, decepción en nuestras dos butacas de primera fila. Biutiful es floja, muy floja. Ni el gran trabajo de Bardem logra levantar un guión pobre y surrealista. Sí, de nuevo, excelente fotografía. Brillantes escenas de los chinos en el almacén y su posterior aparición en la playa. En la carga policial, a alguien se le fue la mano.

En un ciclo sobre España y el cine, Biutiful compartiría jornada con Vicky, Cristina Barcelona. Si la segunda fue complaciente, fomentoturística y garantía de los fondos de la Generalitat, la primera es un retrato turbio de la Ciudad Condal. No es una bajada a los infiernos, sino una peregrinación monótona y continua. Como una pasarela de aeropuerto con la muerte al fondo del pasillo. Los suburbios, la droga, las mafias, la corrupción, la miseria, la enfermedad, la prostitución... ¿Fotografía real o imaginaria de lo que el turista no ve? A España hace tanto que le dio por desenmascarar sus apariencias que ya no quedan antifaces que quitar.

En el centro del microcosmos, Uxbal. Un protagonista digno de incluise en la categoría de los '¿y qué más?' El empeño por no descentrar al espectador, le ha colgado a Bardem todos los males habidos y por haber: ex drogadicto, enfermo de cáncer, mafioso, cornudo -con una mujer que no sólo le engaña con su hermano sino que además es prostituta-, pobre... Si la sobreinformación acaba por provocar el desinterés, la saturación termina por llevar a la irrealidad. No pude evitar acordarme de Diez historias de barrioprimer Premi Ciutat de Palma de Cómic. Bartolomé Seguí y Gabi Beltrán retrataban el pasado oscuro de ese enclave de calles que hoy se confunde entre Sa Gerreria, Canamunt y Ciutat Vella. Aquella década de los 80 en la que el infierno era tan completo como angustioso. No había salida posible para una generación hija de madres prostitutas y padres alcohólicos. Un panorama de droga y pobreza ante el que, un barrio ahora de moda, resulta casi un insulto. La realidad supera a la ficción, pero ahí radica la diferencia entre lo real y lo verosímil.

Por si fuera poco, González Iñárritu dota a Bardem de poderes sobrenaturales. Una suerte de comunicación con los muertos -otra vez 'Entre fantasmas'- que termina de empobrecer el guión. Ni le añade el punto mezquino de ser un timo del que aprovecharse ni le aporta la conciencia suficiente para tener remordimientos. La visita a su colega vidente ya invitaba a la españolada. ¿Ahora cómo me creo yo el resto?

Con el concepto ínfimo de España que tenemos, nos tragamos casi sin masticar una organización vertical de mafias digna de la ONU. De nuevo, Bardem como engranaje fundamental. Los chinos fabrican el material, los negros lo venden y la policía española -bajo pago- lo consiente. Pero, de nuevo... ¿Era necesaria tanta mierda junta? Sí, Iñárritu se obceca en que Biutiful acabe por ser una metáfora del caos hacia el que vamos. Dos chimeneas humeantes de fábrica y una televisión emitiendo la muerte de una decena de ballenas varadas acaban de echar el resto. ¿Quién dijo que mezclar temas era sólo cosa de De la Iglesia?

Al final -y mientras el Señor W ruega por la reconciliación del mexicano con su guionista habitual- en lo único que se convierte el film es en una cadena de historias paralelas desaprovechadas: los niños, Lilly, el matrimonio negro... El cineasta se empeñó en dejarlos en el camino. Cuando uno necesita más de dos horas de cinta para contar una historia, tiene que andarse con ojo con las sutilezas. Si nos cuenta el camino de Uxbal hasta su muerte, ¿por qué nada cambia en su entorno? ¿Por qué sigue viviendo en un nido de ratas pese a acumular más y más dinero? Es más, ¿por qué tratar la bipolaridad como una ida de olla sin más de loca con pantalla blanca y un ahora-sí-ahora-no sexual? El único acierto fue la elipsis en la escena del colchón quemado.

La película, en resumen, debería de haber acabado con el suicidio de Bardem desde el puente después de llamar a su familia. Y sí, los modernos de Amsterdam beben vino en el cine, pero también vuelcan los vasos.