miércoles, 9 de noviembre de 2011

Teatríntim, el pequeño refugio para el gran teatro

By Jordi Avellà
Lo pintan crudo. Azul oscuro casi negro.Tras años de agonía incesante, el sector teatral parece haber sufrido la estocada final. Un partido aprueba, un día antes de las elecciones, (¿sabiendo que iba a perderlas?) la convocatoria de ayudas a proyectos escénicos y otro la suprime al poco de llegar al poder. La puntilla a subvenciones no pagadas que arrastran desde 2008 y que les han obligado a contar con un dinero tan irreal como los billetes del Monopoly. Y, por fin, una bofetada al sistema. Un punto sobre la i de quienes pensaban que la cultura sólo tenía sentido como un ente inválido y dependiente de las instituciones, cuando en realidad hace tiempo que muchos dejaron de creer en sus promesas. La capital contagia a Mallorca el gran proyecto alternativo de la época. Microteatro por dinero es un modelo en el que inspirarse para después crecer y proclamar la independencia bajo el dulce y seductor nombre de Teatríntim.

La noche otoñal cae sobre la bahía de Palma. En algún lugar casi en mitad de la nada, un grupo de gente comienza a hacer cola. Esperan algo. De repente, se hace la luz. Una suerte de parrilla cuelga sobre una ventana. Siete funciones, siete pases y siete salas. Lo que podría ser un multicine más es, en realidad, un teatro. Sin telón, ni escenario, ni platea. Sólo con las estancias de una fortaleza militar que cumple 400 años y con una afluencia creciente de público que, con el aguacero incluido, hace pensar que dentro esperan algo más que simples montajes.

El argumento no podía ser mejor. Elegir un espacio e inventarle historias. Hacer de la escenografía real, la temática. No hay mejor atrezzo que el que ya existe. Lo que en Madrid fue un burdel, fue una antigua prisión en Palma antes de saltar, ya en una segunda temporada, al castillo de San Carlos. De las celdas a las salas de un museo militar para englobar media docena de relatos bajo el lema Teatríntim de guerra i pau. El éxito arrollador de su presentación en sociedad, ése que les dejó sin entradas y con protestas por la afluencia de público, impactó por igual a quienes asistieron y a quienes no. Los primeros seguían saboreando el regusto de lo visto. Los segundos, la alegría por una Palma viva capaz de movilizarse por algo tan ¿impopular? ¿elitista? ¿alienado? como el teatro y hasta un lugar tan atípico como una antigua prisión. Superado el shock del momento sabían que tarde o temprano regresarían.

Joan Porcel, Lydia Miranda y Albert Comas fueron los culpables de iniciar el proyecto. Las cabezas pensantes de un sector cansado y debilitado ante tanto mensaje negativo. El formato llegaba de la pionera Madrid, aunque hay quien mira más atrás para citar el teatro por horas que Antonio Riquelme ideó ya en el XIX. Al precio de tres euros por representación, el espectador asiste a microobras de entre 10 y 15 minutos que se repiten de forma continua con un descanso de cinco minutos. El tiempo justo para aplaudir, salir de la sala y buscar en otra estancia el próximo objetivo. Un buffet teatral para todos los paladares donde él, con apenas siete u ocho personas de público, se siente alguien único.

Sí. Teatríntim es un laboratorio para la interpretación. Un reto constante con un sprint de 15 minutos y un impasse de cinco. Un ensayo-error acelerado. La posibilidad, para un actor, de explorar los terrenos a los que el teatro convencional -ese de telón, escenario y platea- no llega. Pero también es un desafío para el espectador. De repente, la barrera entre quien actúa y quien mira se diluye hasta reducirse a apenas unos milímetros. Centímetros tal vez. Al pudor que provoca esa intimidad inicial le sigue el arrebato de percibir una obra con todos los sentidos. De oler el teatro. Y nunca un polvorín había olido tanto a polvorín.

Tras los ideólogos llegaron los autores. Marta Barceló, Álex Tejedor, Jaume Miró, Pere Fullana, Joan Fullana, Albert Herranz y Xavier Uriz. Siete personajes que no dudaron en sumarse al proyecto y poner una historia a cada una de las siete salas del castillo de San Carlos. Mateu Grau, Rodo Gener, Xisco Segura y Sergi Baos se añadieron en calidad de directores de siete montajes que partían de la guerra y lo militar para trazar un drama, una comedia o una historia romántica. Todo lo que pueda caber entre dos actores, siete espectadores y diez metros cuadrados.

Para los periodistas el aperitivo llega antes. La premierese de dos obras como anuncio de lo que está por venir. En lo que antes fue un aljibe y después un almacén de armas, Lluqui Herrero y Marta Barceló construyen en Germanes de sang un relato escrito sobre el límite. El que separa la vida y la muerte, la verdad de la mentira, la admiración de la envidia, la fe de la traición. Una huida en mitad de un conflicto bélico acabará por ser poco más que una excusa argumental para hablar de otras mil cosas. Marga López y Pedro Mas van a por el segundo plato con una comedia trágica de título impronunciable: Weltanshauung II. Un científico nazi y su esposa y secretaria en mitad de los estudios en un campo de concentración que pondrán en tela de juicio las prioridades del ser humano, las eternas y pequeñas miserias del día a día y cómo los problemas conyugales pueden afectar a su principal actividad: el exterminio. El espectador verá hecha añicos la barrera con el actor hasta convertirse en un sujeto más de estudio que, en mi caso, no valía "ni per fer sabó".

Ya vestidos con paraguas de domingo, sigue el trajín de platos en el castillo. Ahora son Santi Celaya y Rodo Gener quienes abren el apetito con una comedia expléndida tan costumbrista como plagada de futuribles de esos que, al final, se cumplieron. Una batería de costa es el escenario en el que dos jóvenes militares especulan con una posible invasión de Baleares por los americanos. Una historia revisionista en clave de humor, con patriotismo y franquismo de por medio, de la que Rodo se sale... ¡y por la puerta grande!

En la quiniela de la programación el plan dicta saltar al drama de la mano de Xim Vidal y Miquel Àngel Torrens. Dos personajes en el extremo y una tragedia -con guión del gran Álex Tejedor- que no deja de planear sobre la angustia aunque su contenido vaya variando de lo que se intuía a lo que es. Un capitán y un comandante, un padre y un hijo o las dos caras de la locura a la que lleva la guerra o la enfermedad. De nuevo, un brillante ejercicio sobre la verdad y la mentira con interpretaciones excelentes. Una trama de confusiones sobre la que también indagarán Juanma Falcón y David Navarro en En el niu de l'etern retorn. Un nido de ametralladora, dos hombres, dos frentes y una doble traición para recordar aquello de la relatividad del mal en tiempos de guerra.

Cuatro días después, Teatríntim vuelve a cerrar sus puertas. Crecido e independizado pero con las mismas aspiraciones que su hermanastro mayor madrileño: conseguir un local estable en el que garantizar la continuidad del proyecto y la programación. Por suerte los mallorquines aún no hablan de doblegarse, de nuevo, al sistema de la subvención. Ése que obliga a gastar antes que uno sepa, si quiera, si tiene opción a cobrar. Miro el panorama y pienso que esta bofetada al sistema tradicionalista y politizado del teatro merece y debería perpetuar su carácter titiritero. Parte de su magia reside en ver con otros ojos la ciudad que nos rodea. ¿Cuántas obras no podrían hacerse en las salas del Casal Solleric, en las del Castillo de Bellver, en Can Marqués, en la Universidad, en un supermercado o hasta en un ambulatorio en desuso? Cualquier rincón es bueno para proclamar la independencia de hacer las cosas como uno quiere. Para resguardar al malherido pero palpitante teatro.