Nunca he sido muy amiga de la faceta cineasta reciente del americano. Esa etapa que inició con Mystic river y que colocó a la tragedia como único eje de sus cintas. Un momento terrible en mitad de la placidez que desemboca en un surtido de consecuencias. Si bien se inició con un amplio análisis de las mismas, la cosa se redujo con Million Dollar Baby hasta hacer que, tras la caída de la boxeadora, el film pierda todo su sentido. ¿Estamos de nuevo ante un hedonismo de moralina? Una mujer que intenta hacerse un hueco en un mundo de hombres y acaba... como acaba. Huele fatal. Si El intercambio -donde colocar a Angelina Jolie fue como uno de los cameos malos de Almodóvar, capaz de eclipsar la pantalla ("joder, la matriarca de los brangelinos", "vaya morros") hasta perder la historia- mejoró la cosa, Gran Torino fue la confirmación de una caída que, con Más allá de la vida, se convierte en estrepitosa.
Hace tiempo que Eastwood puso sus cartas sobre la mesa a la hora de filmar. La inmigración, la interculturalidad, la violencia, la religión son temas que le interesan y que repite en muchas de sus cintas. Su última película parecía querer hablar de las experiencias con el más allá desde un punto de vista crítica contra tanto escéptico. Una pareja superviviente de un tsunami y unas extrañas visiones dan comienzo a un film que parece unir a la ficción algo del falso documental. La cosa se queda en agua de borrajas.
Tres personajes protagonizan la cinta. Por un lado está Marie (Cecile de France), una periodista que sobrevive a un tsunami pero cuya experiencia la dejará conmocionada hasta el punto de investigar y escribir un libro sobre su contacto con el más allá. Además de un affaire con su jefe casado que la relevará en la cama por la misma sustituta que en el plató. Su final será como si Ana Pastor acabara en una feria de libros convertida en una Paulo Coelho al uso. Para colmo de cinéfilos, el título de su obra será el mismo que el de la película de Eastwood: Hereafter. Truco que, junto al del personaje que despierta al final del film, es tan viejo como horroroso.
Matt Damon completa la tríade con George: un médium que alcanzó su poder tras una operación de médula y que se forró a base de conectar con el más allá. Ahora, retirado de las conexiones interestelares, es el azote femenino. Descubridor de traumas infantiles, no hay mujer que se le acerque dos veces. No, por lo menos, otra que no sea la periodista.
Y, de repente, entre tulipanes amarillos y un café con pintas, Eastwood va y acaba la película. Y no reflexiona ni nos da una triste opinión sobre el más allá que apenas aparece en el film como una paranoya personal de los protagonistas. ¿Nos está queriendo decir que, tras una muerte cercana, uno se agarra a cualquier cosa como un clavo ardiendo? ¿Insinúa acaso que nos hemos vuelto imbéciles buscando cosas donde no las hay? ¿Niega, tal vez, la esencia mortal del humano? Duchamp, al menos, lo tenía claro.