viernes, 26 de noviembre de 2010

*+* Casarse pa' echar cuentas II: Recoger lo sembrado y otras paradojas *+*

En mi caso la pregunta es siempre la misma: ¿por qué se arreglan tanto para pelar gambas y comer almendras? No hay respuesta. La boda se convierte en una prueba de fuego para gafas de sol: azules metalizados, verdes metalizados, lilas metalizados, plateados, dorados, lentejuelas, drapeados... Y desde que se pusieran de moda los tocados, también. Mantenga la dignidad y el glamour incluso cuando moje sopas en la salsa.

Si usted es invitada forastera tiene dos opciones: mimetizarse con el entorno -en cuyo caso compre el vestuario en destino y no en origen- o siéntase Carla Bruni con un simple vestido de Mango.

Con las cucharitas de postre aún danzando sobre la mesa, llega el gran momento. Habrá alguien que rompa el hielo y que, decidido a marcharse, se despida de los novios previa entrega del famoso SOBRE. El modelo de la lista de bodas o la cuenta corriente no son compatibles con casarse a la herrereña.

A partir de ese primer invitado, los novios pueden olvidarse de seguir comiendo. El besamanos y el "cumplir" serán continuos hasta formar colas como las de Doña Manolita en plena Navidad. Algunas -sobre todo si la mesa de los novios está en una plataforma- llegan a asustar.

Asegúrese un lugar para guardar los sobres a buen recaudo y desconfíe de los que no lleven el nombre del remitente. La picaresca ha llevado a pagar con recortes de periódico y cupones caducados. Es el segundo principio del invitado que echa cuentas.

El tercero, lógicamente, es el de cuánto regalar. Decisión para la cual conviene recordar cuánto dio la familia que ahora se casa al último que se casó de la nuestra. Una situación para la que le habrá sido útil crear una lista con todos los invitados y sus aportaciones. Consérvela. Si se siente generoso, aplique la subida del IPC al gusto. Si a usted ya no le quedan mocitos/as casaderos/as -es decir, no habrá más rentas por bodas a la herrereña que entren en su casa- puede verse liberado del compromiso de asistir a las ajenas. La ley de la máxima rentabilidad -no pagar sin recoger nada a cambio- se lo permite. A mi madre le quedaron 35.000 pesetas limpias. Era 1967.

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