lunes, 3 de octubre de 2011

Agnès Llobet y la 'Prova' superada

Tiene el cuerpo menudo, la cara redondeada y los ojos profundos y oscuros. Como de ángel atormentado. Y dudo, desde el atrevimiento que da la ignorancia, que Agnès Llobet hubiera tenido antes la oportunidad de enfrentarse a un personaje de este calibre. Un texto de David Auburn -con Premio Pulitzer y Tony- no es garantía suficiente a la hora de que Prova se estrene en los escenarios mallorquines. Una débil estructura y todo el peso de ese gran texto caería sobre los hombros de su reparto como un castillo de naipes. En manos de Agnès Llobet, Catherine se convierte en el pilar de una obra que crece a cada minuto. Que desgarra en el drama para aterrizar después en la leve comedia. Que finge ser tan actual y natural como el vecino de cualquiera para luego instaurarse con toda la gravedad de un personaje histórico. Con tantos matices y riquezas como este montaje que va de las cuestiones más pequeñas a las eternas dudas de siempre.

Caía el telón y Agnès Llobet seguía llorando. Hacía rato que los focos habían revelado que la actriz mallorquina se había esfumado del escenario. Que ya sólo había personaje. Un personaje capaz, incluso, de enfrentarse a un flashback teatral. ¿Y cómo hacerlo con la única herramienta del propio cuerpo? Cuando la obra comienza en el borde mismo del abismo y lo que sigue no parece más que una caída. Recomponerse, desde el fondo del drama, para salir a la superficie y contar cómo comenzó la historia.

A apenas un kilómetro del centro de souvenirs y restaurantes de quinta categoría, el Auditori de Peguera acoge el estreno del nuevo montaje de TIC Teatre. No son compañía. Sólo una productora que confía en actores y directores cada nuevo proyecto que presenta. Es Emilià Carilla quien afronta la dirección del texto de Auburn. El argumento parece, tal vez, sencillo. Catherine y Claire tienen que enterrar a su padre, un eminente matemático, después de una agonía mental. Hall, discípulo ejemplar del padre, busca cualquier material que pueda iluminar su reputación académica. Pero eso es solo el resorte del resto.

Prova es una enorme madeja de la que no dejan de salir hilos. La delgada línea entre el talento, la capacidad intelectual y la locura. Esa mente maravillosa que, de repente, se desconecta y desvaría. Esa caída en picado otorga a Miquel Gelabert los mejores momentos de una interpretación que, en la primera escena y embutido en un traje, se antoja encorsetada. La escena de su escritura obsesiva a la intermperie y tapado únicamente por una sábana es simplemente brillante. Ese momento en que un gran hombre no es nada más que un enfermo indefenso. La verdad y la mentira serán terreno resbaladizo en su poder. Habrá un momento en el que nos haga creer que tras su relevancia se esconde un tirano que sólo aparece cuando cruza la puerta de su casa.

El otro vértice masculino será Hall, el discípulo que estudia ese legado loco del maestro a la búsqueda de algo brillante. ¿Por el agradecimiento debido o por la gloria propia? Pedro Mas encarna a este personaje que se mueve entre la constante desconfianza del público. Su nerviosismo y su dulzura le hacen ganar el favor de un espectador que después recula y le ve capaz de cualquier cosa con tal de lograr el triunfo profesional. El éxito. Un lugar en la posteridad de las matemáticas aunque sea a costa de dejar la ética enterrada en un cajón. A costa del engaño y de la seducción.

Agnès Llobet y Caterina Alorda componen el otro gran grueso de Prova. Las hermanas Catherine y Claire analizadas desde la muerte de su padre hacia el pasado. Hacia ese momento de prioridades y sacrificios en el que alguien optó por situar los intereses propios en primer lugar. Una decisión que, con la muerte del padre, toma el color de un reproche enquistado. Excelente la interpretación de Caterina que puede llevarnos del prejuicio a la realidad como un mazazo en la nuca. Envuelta en esa aura de superficialidad parece haber nacido con el personaje escrito desde la cuna.

Por último, toda la grandeza de Llobet. La que comienza como una criatura rota, con el horror a la posibilidad de una locura heredada, se transforma en una Hipatia en la sombra. En la hermana de Shakespeare que narró Virginia Woolf.  El hallazgo de una prueba matemática en el despacho del célebre matemático será el desencadenante de un nuevo juego de mentiras, de intereses de sentimientos en duda. Catherine es el eje central pero olvidado. Relegado a un papel secundario casi de observador paciente. Todo parece volar por encima de su cabeza. Y la angustia crece, se agarra, se desborda. Y Llobet, entre aplausos, silbidos y ramos de flores, sigue llorando.

Fotos: Fan Teatre

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