Bastaron unos minutos para volver a cerrar las cortinas, esta vez convertidas en párpados. Sobre nuestras cabezas, el patio de armas de Bellver dibuja un círculo perfecto y encierra, a un tiempo, murciélagos y estrellas. En el escenario, los solos de Toni Brunet, Alejandro Pelayo y Óscar Ibarra se suman hasta formar los primeros acordes. Entonces sube ella. La femmme fatale que aprendió a envolver a Leonor Watling en luto riguroso. En los ojos el mismo antifaz negro de Vivienne Westwood. Y es ya entonces cuando descubrimos que la guitarra del mallorquín está destinada a resucitar aquel porte sinuoso. Days are tired abre la noche y despierta el Marlango de antaño. Sin ni siquiera rozar el micrófono aprieta los dientes y rasga la voz. Se balancea dulcemente siguiendo el perezoso traqueteo de la locomotora imaginaria.
Sólo hay un "gracias" de enlace y el anuncio de un título que eriza la piel: Enjoy the ride. Vuelve el carpe diem noctámbulo y lujurioso. Aquel himno de inconsciencia permisiva, un lema grabado como las letras de máquina de escribir sobre aquella camiseta. Nos hicieron creer que la luz que inundaba su casita en el árbol había borrado toda oscuridad y mentían. EL directo se deshace entre la lengua y el paladar. Hold me tight -sin un Drexler agazapado en el camerino y aparecido por sorpresa- recuerda que también cantaron a la nostalgia.
Pierden la timidez sobre el escenario a pasitos de hormiga. Bromean sobre la casa mallorquina de Toni Brunet "muy bonita y muy sencilla". Y antes de dar tiempo a recolocar la comisura de los labios suena la increíble Thank someone tonight. Un tema atmosférico, hipnótico como una sucesión de postales grabadas en super 8. La voz de Leonor se vuelve envolvente mientras Alejandro cuenta su "día de perros" en la playa entre la arena y el agua. "Los músicos no estamos acostumbrados a esto", asegura.
Revolotean los murciélagos entre los arcos y el público asiste al concierto como extasiado. No hay nadie que se atreva más que a musitar las canciones en un paradójico playback. Leonor Watling estremece los dedos de sus manosy dobla una por una sus falanges. Sus pies, sumergidos en zapatos de charol rojo, dibujan un círculo de dos pasos mientras suena Pequeño vals y el público alterna risas con silbidos. Llega entonces la primera versión de la noche. La presentación de su particular El sitio de mi recreo para el disco homenaje a Antonio Vega. Piden "cariño y comprensión" pero la noche aguardará listones más altos.
Con los codos sobre el alféizar de su famosa ventana luminosa, se siguen los ritmos sesenteros de Life in the tree house después de pronunciar un ensayadísimo "Gràcies per convidar-nos a un lloc tan màgic". I don't really want to know -otra vez oídos sordos a la conciencia- enlaza con The answer mientras voz y piano se persiguen en un tempo menor que les convierte casi en balada. Continúan con Play boy play antes de que la oscuridad vuelva a posarse sobre las tablas.
En dúo de voz y piano recupera aquel nostálgico Nico del primer álbum. Los restos de un invierno como el que pintaron sobre Madrid. Es entonces cuando su talento vuelve la mirada a otro. No mires a los ojos de la gente de Golpes Bajos se transforma en lo que ellos mismos sienten ante el clásico ochentero: "una canción que me encanta y me inquieta". Una advertencia repetida, el anuncio obsesivo de una pérdida. Se desnudó de los acordes que rebajaban su carácter enigmático y se presentó en carne viva. Sin duda la mejor versión de Marlango.
Let the sky fall es el último guiño antes de reabrir el Cabaret Marlango. Abandonaron el escenario y cuando regresaron para el bis, el brillo en los ojos de Leonor Watling -casi imperceptible- era el de Suzie Marlango. De la trompeta con sordina y la voz pretendidamente rota. Dance, dance, dance es el primer peldaño. Un baile ebrio a un paso de lo macabro. Luego, a medio camino entre el soul y el blues, despiertan Maybe y You won't have me.
Cuando llega el momento de hacer sonar Shake the moon no necesita siquiera altavoz. Se rebela y alza sus gritos como cuando lanzaba vituperios al satélite. La última nota cierra sus ojos y arranca la ovación. Asistíamos a un currículum sonoro y versátil. Servido en bandejas de plata, el resumen de cuatro discos y otros tantos años. Una servidora iba dispuesta a engullir su oscuridad y reclamar a la femme fatale y quedó satisfecha.
"Queremos cantar la primera canción con la que nos presentamos y dijimos hola. Luego la cosa se complicó de una forma maravillosa", relata Pelayo. En un rápido movimiento Leonor da la espalda al público y corrobora con Brunet el título del próximo tema: "Madness?", pregunta. Y yo sonrío. Aquel inicio del disco debut que me dejó pegada a la silla y con ganas de más. Una declaración de intenciones. El sinuoso sendero del deseo, el seguro laberinto del amor, la danza fantasmagórica en el mismo borde del bordillo. Se iban a perder las pistas, las palabras, los sentidos. La locura no iba a dejar nada en pie. ¿Y qué importa?, retaba algo por dentro. Por eso The long fall cerró la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario