viernes, 14 de enero de 2011

*+* II. Tríos, amor, odio y violencia *+*

No se equivoca Sergi Sánchez cuando habla de "amor loco". La historia del triángulo protagonista -más bien isósceles que equilátero- es otro de los pilares del film. Y, como todo, extremista. Del patetismo al esperpento con toda su escala intermedia.
Basta poco para ver la oda que De la Iglesia le ha hecho a Carolina Bang. Mala actriz y penoso busto parlante que, como dice mi jefe, "deja a Kira Miró a la altura de Bette Davis". Su personaje puede ser un juguete roto, una tía sin personalidad. Pero aunque sus escotes estén poco más justificados que los de la Watling, interpreta con la misma cara que pone Eva Pallarés. Cara de culo.

Su nominación al Goya a la Actriz Revelación no hace sino agravar la ausencia de Carlos Areces entre los candidatos. Terrible. Areces construye su personaje con una solvencia notable. Un ser patético e inútil al inicio, incapaz de cualquier cosa. Trémulo y miedoso. Pero con la semilla de la venganza y la locura creciendo en un rincón de su cabeza. Un hombre loco que encuentra en el payaso alegre el blanco perfecto para sus deseos de vendetta. Su transformación -algo así como la versión radical de El Padrino- acaba en una gloriosa escena en la que se crea una máscara de guera con la deformación de su propio rostro. La locura es absoluta. Más cuando ve la relación entre Sergio y Natalia y cambian sus parámetros sobre lo que está bien y lo que está mal. "Intentaré ser como él para gustarte", le dice en un momento. Una frase tremenda para hacer caer del guindo al más pintado. Entre el cinismo y la crudeza.
Frente a Areces tenemos al gran Antonio de la Torre. Su nominación al Mejor Actor promete no tener final feliz contra Javier Bardem y Luis Tosar. Con galardón o sin él, De la Torre puede presumir de haber sacado todo el talento que las cintas de Sánchez Arévalo no terminaban de arrancar. Tremendo actor para el drama. Si Areces era el mal justificado, Sergio es malo porque sí. Un hombre violento y maltratador en el que algunos han querido ver las cicatrices de una época convulsa e incierta.

El tratamiento de la violencia de género fue lo que me chirrió del film. Creo que De la Iglesia equivocó las formas en algunos momentos. El retrato del enganche sexual y amoroso es tan duro como verosímil. Igual que la primera paliza en el bar que deja sin habla. Acierta, también, en mantener esa relación pese a que Sergio es desfigurado.

Pero vayamos a la escena del parque de atracciones. Un golpe -antes del gran momento del martillo, por ingenio, no por otra cosa- hace que Carolina Bang patine metros y metros por el suelo. La imagen es hiperbólica. "Violencia estética", apunta el Señor W. Está en lo cierto. Como en la adaptación de un cómic se busca más la espectacularidad del golpe que no su verosimilitud. No debería ocurrir lo mismo cuando tratamos con la violencia de género. Es un tema peliagudo en el que primar lo estético puede desembocar en frivolizar el contenido.

Balada triste de trompeta sabe un rato de estética. Fotografía e iluminación acojonantes. Ese mundo del circo encorsetado en las cuatro 'paredes' de un descampado. La reconstrucción del Valle de los Caídos con escenas de gran efectismo que deberían verse como el telón de fondo -la escenografía teatral- de las acciones. El símbolo está, claro, pero no con un mensaje oculto. ´

La ópera egipcia del presidente de la Academia sólo podía tener un final realista -como el del motorista- y poco idealizado. Por no hacer caso de las advertencias de un joven Raphael que, desde una pantalla de cine, justificaba con su canción el título de la película. Para una versión española de esa especie de subgénero de famoso-aparecido-para-aleccionar-torpes, véase Buscando a Eric. Un Raphael con maquillaje de payaso, voz engolada y gesto grandilocuente bien daba el resultado.

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