domingo, 3 de abril de 2011

'Black swan', el infierno interior

Aplastante.  Tan hermosa como terrible. Tan cruel como placentera. Comparable, sólo en el otro extremo de la cuerda, a Bailar en la oscuridad. No hay pero que resista Black swan a no ser que uno tenga la incredulidad déspota instalada por defecto. Un universo hipnótico de poco más de hora y media. Que angustia y duele al mismo tiempo que atrae. Una superestructura de mil elementos que encajan hasta moverse con la gracilidad de un cisne.

Black swan no es la bajada a los infiernos de Nina, una bailarina en su lucha y logro por representar a la Reina Cisne en El lago de los cisnes. Es un dedo de uña afilada ahondando en una herida cierta. Es la conquista y el dominio del lado oscuro que cada uno lleva dentro. Y no ése que espeta "live a little" y proclama el hedonismo. Sino ése otro que, agazapado en un rincón incierto, de repente se vuelve grande. Y aprieta, y ahoga. Y convierte al yo en un extraño, y hace que se torture sin que se dé cuenta de que no hay otro mal que él mismo.

La cinta de Darren Aronofsky resiste todas las revisiones de mitos que uno quiera adjudicar. Digamos que la historia ya se contó en Eva al desnudo. El ídolo perseguido y sustituido. La ambición y odas las inseguridades devorando a cámara lenta. De nuevo con la interpretación como telón de fondo para que, sin hacer caso a Kant -en aquello de crear ficciones sin olvidar que son ficciones-, el guión y la realidad se confunden y entremezclan.

El cineasta juega al metacine, en este caso en versión ballet. Y sale venturoso de un ejercicio que ha deparado grandes batacazos en el mundo del cine. Muéstreme que los personajes cuentan una historia además de la que cuentan los actores. Haga que el espectador se pierda en un delicioso juego de matrioscas, pero no deje nunca ver las bambalinas, las bisagras de su invento. No sea obvio ni dé demasiadas pistas sobre su experimento, como en Black swan, y funcionará.

Aronofsky nos hace creer que estamos con esa Eva de tutú y tocado. Y engaña. Y la historia se sucede a imagen y semejanza de El lago de los cisnes que interpretan. Hay algo que lo presagia. Hay una atmósfera densa y cortante que nos adelanta, que no prepara, para un final terrible.

Hablemos de Edipo, metafórica y literalmente hablando. De esa Beth que no es más que un reflejo del futuro de Nina. Como un oráculo que no por creerse es menos cierto. De esa madre, bailarina frustrada, llena de un rencor convertido en el destino que escribe para su hija. Hablemos, tal vez, de las interpretaciones más descarnadas de Alicia en el país de las maravillas. Un viaje iniciático oscuro, dañino. El derrumbe de un mundo no deseado pero sí más seguro. La madre construye para Nina un universo de algodones y princesas. De cajas de música con bailarinas, de peluches... El manejo de los colores en el film es alucinante. Todo lo que rodea a Nina lejos de su habitación de "princesita" es negro. Se refleja en el vestuario y en los paisajes. Su refugio -abrigo y bufanda de plumas incluida- es el dominio de los colores pastel. Juegos de contrastes que crean una belleza que convierte en fotogramas las pinturas de Degas. Igual que los sonidos de aleteo constante, los punteos deliciosos de los pies.

Y si se puede hablar de Edipo -o de Electra- es por ese futuro planeado de madre-que-no-pudo. Tampoco es nuevo pero, si la incredulidad no nos ataca, diremos que el tratamiento es más que bueno. Ese cuidado y ese celo continuos que gustan en el primer momento y agobian al poco. Que la vista, que la arrope, que la llame, que la busque, que no le deje desviarse un ápice del camino marcado. La escena de la tarta es un ejemplo brillante. Incluso hasta ahí -como al politono lago-de-los-cisnes- del móvil, llega la obsesión.

Revisión del mito de Doctor Jekyll y Mr Hide, leí también por ahí. Aunque la autoría del monstruo sería más dudosa. La locura como único desenlace posible a la obsesión. La creación del yo como un enemigo. Y mi incredulidad por las películas que tratan la locura si es, a fuerza de ver malos experimentos, de fábrica.

Introducir la locura en un film supongo que el espectador, tarde o temprano, termine por dudar de la veracidad de cuanto ve. Si éste es el efecto deseado, adelante. Si no, lo tiene harto difícil. Creo que parte de la clave reside en focalizar esa enajenación en un único personaje. Muestre el mundo a través de sus ojos, ataques de cordura incluidos. Pero cuídese de que entre el resto de personajes no haya más de conciencia dudosa. El caos que provoca -véase Shutter island o Hierro- no compensa.

Siembre dudas pero no cree resquicios. Es bueno -y símbolo de haber conseguido lo que buscaba- que, al acabar, el especador siga dudando sobre si determinados hechos le ocurrieron o no al protagonista. ¿Salió Nina con Lily? ¿Acabaron en su casa? ¿Fue al hospital a ver a Beth? ¿Quedó con Thomas en su apartamento? Lo que no debería ocurrir es que al espectador no le encajen las piezas y cuestione el puzzle. Que, con tono incrédulo, pregunte eso de "¿y entonces cómo explicas...?" Sea, de nuevo, sutil. Y no haga que el público se plantee que también puede estar loco. Que la película entera sea una alucinación es tan zafio como que sea un sueño.

Me habían dicho que, en la locura, Black swan rozaba la ciencia ficción. Una duda que queda resuelta con excelentes esxcenas como la que empieza a sacar plumas negras de su espada, las heridas, los dedos de los pies pegados, sus visiones de ella misma, las alucinaciones. Una ristra de elementos que son consecuencia de la angustia obsesiva y que no hacen sino crear más. La situación se agrava hacia el final de la película donde uno ya no puede fiarse de los ojos de Nina.

Con todos esos ingredientes, el viaje de Alicia al país de las maravillas adultas se vuelve una peregrinación tortuosa. Alicia no es más que un puñado de inseguridades y obsesiones fruto de un permanente estado de exposición. De vivir continuamente pendiente de la aprobación ajena, cuando no de la proteccion. Su rostro de sufrimiento será continuo en cada ensayo. "Quiero ser perfecta", se obceca. La escena tras el incidente con la madre en la que despierta con calcetines en las manos a modo de manoplas -como se hace a los recién nacidos para que no se arañen- es tremenda.

A Black swan puedo perdonarle, incluso, que recurra al sexo como pasaporte de ese viaje iniciático. La solidez de un film del que el espectador no sale indemne y la maestría de la dirección y las interpretaciones -me da igual la doble australiana y bailarina de Natalie Portman- bien lo merecen.

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