jueves, 7 de abril de 2011

NDSM, la ciudad de los creativos

España vivía la edad dorada del 'boom' inmobiliario. Tal vez el auge previo a todo estallido. El sector se inflaba más y más mientras a la plebe hacía tiempo que le resultaba inalcanzable. El país andaba a la caza de cualquier alternativa, lo que fuera con tal de demostrar que aquello de "vivienda digna" seguía teniendo sentido en la Constitución. Los medios de comunicación se convirtieron en el altavoz de toda iniciativa estrambótica que existiera en algún lugar del mundo. Fue ahí cuando España puso la mirada en las casas-container del Reino Unido y Holanda.

Poco más sabía sobre Amsterdam Noord antes de empeñarme en visitar la zona. Aquella urbanización de antiguos contenedores de barco paradigma de la vivienda asequible, ecológica y práctica merecía una ruta turística. En el muelle de la GVB, a la espalda de la Centraal Station, los locales nos miran con el ceño fruncido. "¡Allí no hay nada!", exclaman mientras las cejas vuelven a su sitio y los ojos se abren de par en par, incrédulos.

Se equivocan. La visita empieza a cobrar sentido en cuanto llega el primer ferry. En su inmensa cubierta se agolpan peatones, motociclistas, ciclistas y carritos de bebé. Envueltos en la permanente neblina amsterdamesa y acercándose lentamente por el río Ij, la estampa parece más propia de los países escandinavos. De Doctor en Alaska, tal vez. Pero cuando empiezan a distinguirse las primeras caras, concentradas en el desembarco como si de Normandía se tratase, se convierten en morlacos a la salida del toril.

La otra orilla no tarda en descubrir sus caóticos encantos. A la izquierda del ferry, y en apenas unos metros, se agolpan los cuatro representantes de la marina de Amsterdam Noord: su submarino a medio hundir, el Botel -un hotel flotante-, una goleta contemporánea capricho de algún marinero hortera y el barco reivindicativo de Greenpeace.

Pisar tierra firme es retrotraerse a Nicosia. La caída en el sector de la construcción naval ha convertido la zona en un montón de ruinas de piedra y hierro que escriben el olvido en que para muchos quedó. Pocos turistas llegarían hasta allí y, para la mayoría de los locales, Noord es lo que se abre cuando ese gris acaba. Es un área de zonas verdes y pequeños pueblecitos que incluye poblaciones históricas como Nieuwerdan o Ransdorp con sus granjas holandesas de tejado piramidal.

El macromercadillo que se instala el primer domingo de cada mes y la pista de skate cubierta son los dos únicos atractivos aparentes. Un rato después de seguir el hipnótico movimiento de los monopatines, la pista se queda pequeña. Apenas una esquina en una enorme nave que se expande hacia la derecha. Desde la distancia, parece un decorado de televisión en stand by a la espera de una serie. Hay algo, tal vez ese tendedero a cinco metros de altura, que invita a explorar. Bienvenidos al NDSM.


Aviones de madera.Ropas de hojalata en un tendedero de cuerda. El capó de un coche convertida en la cara de un robot. Perros de plástico gigantes. Una enorme lámpara sin luz hecha con botellas de agua vacías. Una especie de turismo underground incomprensible hasta que se rastrea su historia.

El NDSM (Muelle Holandés y Empresa de Construcción Naval) fue un astillero dedicado a la construcción y reparación de buques fundado en 1946. Sus siglas esconden detrás un nombre mucho más impronunciable que cuenta su pasado más remoto. Fue en aquel año cuando dos astilleros amsterdameses, el Nederlandsche Maatschappij (NSM) y el Dok Nederlandsche Maatschappij NV (NDM) se fusionaron para convertirse en la Nederlandsche Dok en Scheepsbouw Maatschappij (NDSM), especializada en buques de carga y petroleros. La empresa debió de vivir su momento álgido, pero en 1978 el gobierno decidió cerrarla y cesó la construcción naval. Sus 84.000 metros cuadrados se transformaron en un fantasma titánico. Tuvo que esperar 22 años hasta volver a la vida. En el 2000, un grupo de artistas -que se hacían llamar Kinetisch Noord- presentó al Ayuntamiento un plan para reconstruir el antiguo astillero. Su objetivo era convertir el NDSM en "el mayor semillero de talento artístico de los Países Bajos". Y lo consiguieron.

Algo más de 30.000 metros cuadrados a cubierto y otros 50.000 en el exterior, configuraban el plano sobre el que edificar la ciudad de los creativos. Media docena de empresas de arquitectura y 9,2 millones de euros fueron necesarios para convertir la vieja fábrica en un macrolaboratorio experimental de arte y creación. Un gran grupo de artistas y pequeños emprendedores hace hoy posible la existencia del NDSM a través de sus tiendas, talleres y cafeterías.
 
No hay un solo rincón que no sorprenda al visitante. Antiguas grúas navales que aún cuelgan del techo amenazantes. Ascensores estancados en el tiempo. Plantas superiores decoradas con mesas de ping-pong, sofas vintage y gallos disecados. El NDSM es como una enorme escenografía teatral capaz de dejarte boquiabierto a cada paso. Pero no es sólo estética. En cada uno de esos locales -que se alquilan por un periodo de diez años- está la semilla de un negocio, una industria cultural a pequeña escala pero en crecimiento.

Como si de un polígono se tratara, la nave se divide en 10 edificios con proyectos cuyo núcleo se centra en 3. El Oostvlengel es el lugar del teatro, del visual al callejero pasando por la decoración y el arte para espacios públicos, así como la zona de artistas en residencia. El Kunststad -la Ciudad de los Artistas, significa su nombre- acoge cerca de cienc estudios y talleres. Es uno de esos artistas emprendedores -cuya hija me dedica un posado de catálogo- el primero en ponernos sobre la pista. El Noordstrook está reservado para estudios multifuncionales donde conviven música, cine, performances y teatro.

Estudios de diseño gráfico, empresas de restauración, constructoras de escenografías, laboratorios de robos para películas o tiendas de baterías componen este particular clúster empresarial. Un gigante construido a base de pequeñas piezas que, en su tiempo libre, hace las veces de agitador cultural con la organización de festivales y exposiciones de arte contemporáneo. Vuelvo un instante a Palma y pienso en Gesa. Una mole dorada en primera línea de mar que sólo quedó para ser portada de Antònia Font. Un titán en progresiva ruina que tapia sus entradas para evitar ser vertedero y cementerio. "¿22 años también?", me pregunto. Regreso al NDSM. Será fácil abstraerse con el sonido de las ruedas de un monopatín mientras unos calcetines de hojalata se secan a la sombra de un astillero.

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