Si alguien sabía de prisas ante el terror repentino de la muerte cercana, ésa era Isabel Coixet. En 2003 había creado una oda al tema con 'Mi vida sin mí'. Ann (Sarah Polley), sabedora del final de sus días, decide hacer una lista con todo lo que quiere hacer antes de que llegue el momento. "Things to do before I die", escribe su mano sobre una libreta a rayas. La imagen resulta tan ridícula como angustiosa.
"¿Qué harías si supieras que te queda un día de vida?", nos preguntaron en la prueba de acceso al instituto. ¿Podía haber absurdo mayor? Creo que lo que menos me gustó del film de Coixet fue esa necesidad de consumar todo lo que quedó por hacer. Aquí sí, adulterio incluido. La frivolidad se convertía en misticismo. Pero claro, con una Ann moribunda la cosa era menos grave. Si los cuernos no tenían motivo aparente -véase Infiel- la cosa tenía que terminar, por fuerza, peor.
La angustia de Ann era ese empeño en organizar la vida que seguiría a su muerte. Eso era lo que encogía el alma.
Cuando Matías Bize encerró a Daniela (Blanca Lewin) y a Bruno (Gonzalo Valenzuela) en una habitación de hotel, también tenía la omnipresencia y el todopoderosismo entre las manos. 'En la cama' merece un post aparte pero la evolución de la historia y de los personajes es perfecta. Se plantean dudas: ¿fue todo casual o alguien
buscó el encuentro? Diálogos de una veracidad increíble. Sencillez, delicadeza. Y, sobre todo, cómo pasar de un extremo al otro en menos de dos horas. Si alguien albergaba esperanzas de un final con altar y velo blanco, será satisfecho. Eso sí, Bruno no será el del traje.
Creo que la excusa era tan baratera que fue lo primero que olvidé de la película. Ni siquiera Bize nos dejó creer que aquel día idílico era un Enjoy the ride cinematográfico. Aquellas 24 horas de persianas bajadas tenían un porqué. Una boda al día siguiente y, de nuevo, la necesidad de dejar hecho lo que jamás se podrá hacer.
El remate lo puso otro hispano. Rodrigo García y el dramón a múltiples bandas de Madres e hijas. Superado el momento de entender que repita planos, escenas y personajes idénticos a Cosas que diría con sólo mirarla, vuelve a aparecer la víctima. Se la ve venir de lejos aunque ella aún no lo sepa. Prototipo -por no decir topicazo- de una abogada brillante en lo profesional aunque casquivana y maquiavélica en lo personal. La descripción de Elizabeth (Naomi Watts) tiene más de prejuicio que de personaje real. Parece inconcebible que una mujer apta profesionalmente pueda no ser retorcida y competitiva fuera del despacho. Habrá algo que la haga meditar e intentar reconducir su camino: un embarazo del mismísimo Samuel L. Jackson. Pero sus pecados habrán sido ya tantos que para entonces estará más que decidido el fin de sus días sin que pueda conocer siquiera a su hija.
Como Madame Bovary, una suspira ante el panorama. Claudia Llosa fue la única capaz de darle tres días libres a la moral y la conciencia aunque fuera a costa de matar a Dios. De espaldas a aquel Manayaycuna que había creado, hacía oídos sordos a lo que ocurriera. Un tiempo que, como la cita de Yourcenar, nos devuelve a una época de absolución y amoralidad divina. También Nietzsche proclamó el ocaso de los dioses. Pero siempre habrá quien vuelva a despertarlos. O, en su defecto, a sustituirlos.
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