No hace mucho que se pasearon por Madrid apenas como un dúo. Fue cuando les confundieron – no hay otra explicación- con la versión mediterránea de Kings of Convenience y colocaron a Simon & Garfunkel en su árbol genealógico. Y sólo por eso, por ver a Paco Colombàs y Xavi Marín a solas en el escenario, cubiertos por una capa de terciopelo azul y con dos guitarras como pacíficas armas. Ruspell dijo llegar para dar “empaque” a aquel proyecto, para formar una banda contundente sobre las tablas y completarla con una corona de arreglos que saltaban del estudio al directo. El viernes se encargaron de demostrarlo en Es Baluard.
El aljibe como lugar para presentar su álbum debut era sólo una pieza más en aquella cadena de casualidades que había hecho de Oso Leone el hijo pródigo de mamá Naturaleza. Una suerte de ecologismo convertido en folk. Que algún moderno malinterpretó como una lechuga asomando en una cesta de mimbre.
No hay fórmulas en Oso Leone. No hay nada lógico ni matemático en la adicción que The benben stone puede provocar. La naturalidad con la que exhiben su trabajo es tal que abruma. Como si esas dos voces hipnóticas y atmosféricas –a veces cercanas a Fink- que brotan de dos cuerpos menudos y nerviosos sobre el escenario, fueran tan fáciles de conseguir como respirar. Como si uno pudiera pedirles que no hablaran nunca más para cantar siempre. Como si fuera posible entender cómo fueron a encontrarse esos dos mallorquines que parecían hechos el uno para el otro.
S’Aljub rebosaba la noche del viernes y ya no era agua, sino gente. Con aforo completo y cola en la puerta como los grandes. Desde sus ojos, aquel túnel plagado de pupilas brillantes en la oscuridad era tan estimulante como aterrador. Paco, secando el sudor de sus manos sobre los pantalones con la mirada clavada en el público. Xavi, abstraído en otro mundo al que no alcanzan los nervios ni la duda.
El escenario, el retrato minimalista de aquella Tramuntana que les vio nacer y trabajar. Que había jugado a esconder sus canciones en la hojarasca de un bosque, en el color de una puesta de sol o en su primer rayo disparando directo contra una roca sólo para que ellos las tradujeran al pentagrama. Su introducción, un surtido de postales proyectadas de la Mallorca que un día fue.
Xavi y Paco al frente y no, no eran Kings of Convenience. No había inviernos templados en su música. Sí nostalgia y melancolía. No hay miradas a la bossa nova, sino un Fol. Construido a base de pequeños detalles. No había, tampoco, declaración de dependencia y purga de instrumentos; sino un batería capaz de transformar Lovebird en una danza contagiosa y ondulante. En bombos y tambores huecos y fuertes como sólo Oso Leone podía tener. En una sección de percusión capaz de llevar a la locura. Ese dios de las pequeñas cosas que crece sobre las tablas como tal vez ni ellos sepan y que Rafa Rigo supo llevar a los micrófonos hasta escuchar a Paco chasquear los dedos metros después.
Si se les pregunta, Xavi habla de estructuras de música africana que juegan a confundir las repeticiones siempre con una variación. Una sencillez de letanía deliciosa. El péndulo oscilante de una plácida sesión de hipnosis. De, de nuevo, cama en una habitación con las persianas bajadas.
No, no estaban los noruegos pero sí Pájaro Sunrise y los subidones de Foals. Esa manera en que, sin saber cómo, las canciones acabaron por convertirse en una fiesta, en palmas persiguiendo los ecos de un cajón flamenco. De dotar a Paper moon y Rebellion de la rabia que pedían a gritos.
El sexteto resultó tan compacto como maravilloso su directo con el consabido truco de dejar con ganas de más. Aquella revancha folk-naturalista acabó por resultar corta.
* Fotos: Es Baluard
* Fotos: Es Baluard
Todos sin excepcion estuvieron muy bien compenetrados en unos acordes llenos de sensibilidad y con un bateria realmente espectacular. enhorabuena al sexteto
ResponderEliminarcaray que precioso texto!... muchisimas gracias. un abrazo
ResponderEliminarosoleone