domingo, 5 de diciembre de 2010

*+* Una hora con Claudia Llosa *+*

Foto: Alberto Vera

Tiene los ojos verdes y las manos pequeñas. Su sonrisa es limpia y franca, como su mirada. Gesticula en círculos al hablar y, a veces, se pierde en el discurso. El hemisferio periodístico se enfada ante una libreta plagada de titulares a medio construir. Palabras clave mencionadas en frases inacabadas. El hemisferio plebeyo y humano comprende. ¿Cuándo un proyecto cinematográfico fue una operación matemática? Encerrados en una sala de juntas como un desván de abuela, la sometemos a un interrogatorio intelectualoide y cultureta. Los cristales tiemblan y, fuera, estalla una tormenta. Hay oportuniadades y orgasmos mentales que hacen olvidar los horarios de medianoche y las nóminas a destiempo.

"En quechua no existe una palabra para decir 'violación'", explica Claudia Llosa. Y la afirmación cae como una losa sobre lo que aún está por venir. "Existe robo, o maltrato... o ya la vertiente positiva", añade. Una laguna léxica muestra de la mordaza que calla a las mujeres andinas. El símbolo de la impotencia de una generación que sufrió durante veinte años la violencia y los ataques de Sendero Luminoso y no pudo contarlo. "Ni siquiera la autoridad era símbolo de seguridad. El poder político también hizo mucho daño y había mucha esquizofrenia sobre de dónde te podía venir el peligro", añade. Relegadas a aquel silencio, decidieron obviar -tal vez esconder, pero no olvidar- su herida. No había nadie que las escuchase y decidieron alejarse de los recuerdos, evitar el estigma aunque fuera como víctimas. "Intentaron desvincularse de Sendero, entrar en la sociedad, modernizarse, castellanizarse". Borrar aquella parte doliente y dolorosa de sí mismas. Por eso La teta asustada tenía que llorar en quechua.

Cuando Claudia Llosa dio con aquella generación perdida, acababa de estrenar Madeinusa. La película fue tildada de "racista" y ella, de alguna forma, sintió que había tocado algunos de los resortes prohibidos de su país. Había hurgado en la herida pero muchos temas se habían quedado en la superficie.

Fue entonces cuando descsubrió el síndrome de la teta asustada. El horror vivido que aquellas mujeres andinas habían transmitido a sus hijos con la leche materna. Por extensión, el miedo, "la guerra transmitida como una enfermedad generación tras generación. Si no somos capaces de enfrentarnos a la herida, ésta se puede perpetuar", afirma.

Se enfrentó entonces a la gangrena en la que Perú había vivido desde la tragedia. Quería diseccionar ante la cámara el periodo más oscuro de su historia. El inicio de su rodaje coincidía con la constitución del Comité de la Verdad y las purgas; pero ella no quería buscar culpables ni cuestionar lo sucedido. "Una transición política no siempre resuelve lo emocional" asegura si mira, también, a España.

"Me detuve y sentí cómo mi país estaba aún en la melancolía del dolor, donde no se puede hablar ni avanzar", confiesa. No había habido quien escuchara los lamentos de la teta asustada, pero tampoco nadie capaz de detener aquella corriente subterránea que seguía carcomiendo por dentro. Ese miedo congelado y alieno era el pozo negro y sin fondo de la mirada de Magaly Solier. "La emoción contenida en un vaso que se quiebra por todas partes pero del que no se escapa el agua". "Sólo una mujer como ella podía dar ese poso dramático", escribía Gregorio Belinchón. I agree.

Desde sus ojos, desde los de Fausta, fue desde los que Llosa miró siempre la historia. Ese lamento agónico incomprendido e incomprensible. Ese luto perpetuado hasta la extenuación. Esa sensación de irrealidad, de horror ajeno... Hasta que fue madre. "Existe una responsabilidad en la información que se brinda. Es muy difícil pedírselo a alguien que ha vivido la tragedia en carne propia pero tiene que saber ser filtro, si no neutro, por lo menos limpio. Dar la posibilidad de cambiar, de no arrastrar más el conflicto", explica.

Avalada por el triunfo internacional y el Oso de Oro en Berlín, La teta asustada llegó a Perú como "una bocanada de aire fresco". Permitió que el debate se colocara en las mesas de las casas, que volviera a las portadas de los periódicos. El cine había conseguido romper la incapacidad comunicadora. "Tiene que haber una generación que diga 'hasta aquí. No puedo resolver lo que pasó pero puedo trabajar a partir de ahora. Demostrar que sí hay chance'".

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