miércoles, 9 de febrero de 2011

'Biutiful', con 'i' de inverosímil

Quien no ha ido nunca a un Cineville, no sabe aún lo que es un moderno con el cine como principal afición. Y quien no lo ha hecho en Amsterdam, a 9 euros la entrada y con una sala poco más grande que el salón de casa, no tiene ni idea del bien que nos ha hecho Cinetube.

Los 3 euros de diferencia deben de irse en aranceles proteccionistas, distribución o en costear una pantalla protegida con un telón rojo y un servicio de bar que deja entrar a la sala con una copa de vino o una taza de café. Por las palomitas ni pregunte. Los únicos sólidos que tienen acceso son las pastas de té.

Compramos las dos últimas entradas para Biutiful. Con González Iñárritu en la dirección y Bardem como protagonista, el film ha conseguido colarse en la categoría de 'visión obligada' incluso fuera de España. Y la versión original garantiza presencia hispana en la sala.

Dos horas y pico de metraje después, decepción en nuestras dos butacas de primera fila. Biutiful es floja, muy floja. Ni el gran trabajo de Bardem logra levantar un guión pobre y surrealista. Sí, de nuevo, excelente fotografía. Brillantes escenas de los chinos en el almacén y su posterior aparición en la playa. En la carga policial, a alguien se le fue la mano.

En un ciclo sobre España y el cine, Biutiful compartiría jornada con Vicky, Cristina Barcelona. Si la segunda fue complaciente, fomentoturística y garantía de los fondos de la Generalitat, la primera es un retrato turbio de la Ciudad Condal. No es una bajada a los infiernos, sino una peregrinación monótona y continua. Como una pasarela de aeropuerto con la muerte al fondo del pasillo. Los suburbios, la droga, las mafias, la corrupción, la miseria, la enfermedad, la prostitución... ¿Fotografía real o imaginaria de lo que el turista no ve? A España hace tanto que le dio por desenmascarar sus apariencias que ya no quedan antifaces que quitar.

En el centro del microcosmos, Uxbal. Un protagonista digno de incluise en la categoría de los '¿y qué más?' El empeño por no descentrar al espectador, le ha colgado a Bardem todos los males habidos y por haber: ex drogadicto, enfermo de cáncer, mafioso, cornudo -con una mujer que no sólo le engaña con su hermano sino que además es prostituta-, pobre... Si la sobreinformación acaba por provocar el desinterés, la saturación termina por llevar a la irrealidad. No pude evitar acordarme de Diez historias de barrioprimer Premi Ciutat de Palma de Cómic. Bartolomé Seguí y Gabi Beltrán retrataban el pasado oscuro de ese enclave de calles que hoy se confunde entre Sa Gerreria, Canamunt y Ciutat Vella. Aquella década de los 80 en la que el infierno era tan completo como angustioso. No había salida posible para una generación hija de madres prostitutas y padres alcohólicos. Un panorama de droga y pobreza ante el que, un barrio ahora de moda, resulta casi un insulto. La realidad supera a la ficción, pero ahí radica la diferencia entre lo real y lo verosímil.

Por si fuera poco, González Iñárritu dota a Bardem de poderes sobrenaturales. Una suerte de comunicación con los muertos -otra vez 'Entre fantasmas'- que termina de empobrecer el guión. Ni le añade el punto mezquino de ser un timo del que aprovecharse ni le aporta la conciencia suficiente para tener remordimientos. La visita a su colega vidente ya invitaba a la españolada. ¿Ahora cómo me creo yo el resto?

Con el concepto ínfimo de España que tenemos, nos tragamos casi sin masticar una organización vertical de mafias digna de la ONU. De nuevo, Bardem como engranaje fundamental. Los chinos fabrican el material, los negros lo venden y la policía española -bajo pago- lo consiente. Pero, de nuevo... ¿Era necesaria tanta mierda junta? Sí, Iñárritu se obceca en que Biutiful acabe por ser una metáfora del caos hacia el que vamos. Dos chimeneas humeantes de fábrica y una televisión emitiendo la muerte de una decena de ballenas varadas acaban de echar el resto. ¿Quién dijo que mezclar temas era sólo cosa de De la Iglesia?

Al final -y mientras el Señor W ruega por la reconciliación del mexicano con su guionista habitual- en lo único que se convierte el film es en una cadena de historias paralelas desaprovechadas: los niños, Lilly, el matrimonio negro... El cineasta se empeñó en dejarlos en el camino. Cuando uno necesita más de dos horas de cinta para contar una historia, tiene que andarse con ojo con las sutilezas. Si nos cuenta el camino de Uxbal hasta su muerte, ¿por qué nada cambia en su entorno? ¿Por qué sigue viviendo en un nido de ratas pese a acumular más y más dinero? Es más, ¿por qué tratar la bipolaridad como una ida de olla sin más de loca con pantalla blanca y un ahora-sí-ahora-no sexual? El único acierto fue la elipsis en la escena del colchón quemado.

La película, en resumen, debería de haber acabado con el suicidio de Bardem desde el puente después de llamar a su familia. Y sí, los modernos de Amsterdam beben vino en el cine, pero también vuelcan los vasos.

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