viernes, 5 de agosto de 2011

La verbena celta de Hevia

"¿Sabes cómo van las entradas?", me preguntaba hace poco más de una semana José Ángel Hevia después de una entrevista. Su duda escondía no sólo sus conocimientos sobre la crisis de espectadores de conciertos sino también su temor a que la promotora francesa La Vie Scene se diera el batacazo del siglo con su Noche Celta. Y así fue. De las cerca de 8.000 personas que caben en el Coliseo Balear, el pasado miércoles había apenas 600.

El fracaso de esa "apuesta arriesgada" como reconocía el asturiano era más que evidente. Unir sobre un escenario al gaitero -que tuvo su boom hace más de una década- y a Celtic Legends era un show que debería haberse quedado en un Auditòrium o en el Teatre Principal donde, además, el número de espectadores es más reducido. El segundo fallo de la promotora fue el precio de las entradas. Nadie pagaría por este espectáculo entre 40 y 60 euros. Puede que sea porque en España nos hemos acostumbrado al todo gratis, porque la gente ya no paga por la cultura o lo que sea. Como empresarios deberían haberlo visto. El error añadido a ese fue decretar un 2x1 el día del concierto y publicitarlo sólo en la misma plaza. Algo que cabreó, y mucho, a quienes habían adquirido la entrada anticipada. Y el tercer fallo fue una promotora que ni siquiera hablaba inglés y que, salvo petición, no contactó con la prensa en ningún momento y limitó su publicidad a una ristra de pósters.

Cuando entramos a la plaza, éramos apenas 20 personas en la arena. "Me siento como en el Gran Prix, ¿seguro que aquí no salen vaquillas?", bromeaba un compañero. Un panorama a pleno sol y con una tarde de bochorno con el que tuvo que lidiar Hevia. La noche anterior yo había tenido un sueño premonitorio: que el Coliseo Balear no llegaba al centenar de espectadores y que el gaitero se dedicaba a dar un concierto didáctico en el que llegaba a explicar, incluso, cómo se tocaba una gaita. Y algo de eso también hubo.

Es cierto. Hevia -cuya banda ha menguado bastante desde que se presentara en Palma a finales de los 90- no hizo concesiones. No parecía dispuesto a concebir un tracklist de grandes éxitos que se consumiera tan pronto como llegaba a la cima. Lo suyo fue un recorrido pausado, como los de su homenajeado ciclista Tirador. Una lenta carrera, aunque segura, que enfrió aún más el ambiente inicial de la actuación.

Xeremiers, nostálgicos y frikifans 'llenábamos' la plaza. Fue a finales de 1998 cuando Tierra de Nadie revolucionó el panorama musical español. La música celta, lejos de otras versiones como The Corrs, se colaba en las radiofórmulas y acaparaba las actuaciones en televisión. Lo que ahora son cantantes folk con guitarra, antes eran músicos con una gaita a cuestas.

Aún recuerdo la primera vez que vi a Hevia en la pequeña pantalla. Ponía banda sonora a la llegada de un tren solidario que había recorrido el país. Lo que sonaba era Busindre reel y a mí me iba a convertir en una fan capaz de empapelar su habitación con fotos de un gaitero. La ola celta sumaría a Carlos Núñez otras gaitas como las de Cristina Pato o Spiritu 986.

Empezar un concierto con gafas de sol sonaba a festival veraniego o a verbena popular. Pero con más de tres horas de espectáculo por delante, y las restricciones pertinentes, a la Noche Celta no le quedó más remedio que empezar bajo un Lorenzo en retirada. Pasaban las ocho y media de la noche cuando la banda del asturiano apareció en el escenario. Hevia ya no es aquel de pantalones de cuero y mirada perdida que no acababa de entender que su disco debut fuera capaz de vender 2 millones de ejemplares en todo el mundo. Ahora luce pantalón de traje y la cabeza alta del músico y empresario que consiguió, pese a las reticencias de los más puristas, vivir de la gaita electrónica.

"Buenas tardes y bones tardes. Estamos felices de estar aquí, en esta tierra de gaitas y xeremiers que esta noche se acoge a la música celta", saludó José Ángel. Su primera actuación en Mallorca fue en aquel Western Park que aún no era un parque acuático y al que Hevia, apadrinado por los 40 Principales, llegó acompañado de una decena de gaiteros capaces de poner la piel de gallina. Después, vendría la revetla de Sant Sebastià -con Ximbomba Atòmica como teloneros- en la que la Plaza Mayor de Palma se llenó de banderas asturianas y brazos alzados bailando la muñeira. Entonces su banda aún tenía violín y didgeridoo y Tao Gutiérrez compartía con María José Hevia la percusión.

Pronto sonó Albo, como la apertura a una fiesta asturiana. Después, el disco Etnico ma non troppo se convirtió en eje central del concierto. Aquel tercer álbum en el que, después de un acercamiento a los ritmos árabes y a los gaiteros de Jordania -que haberlos haylos-, regresaba a su tierra natal. Hevia recuperó el miércoles aquello que la crítica llamó la mitología heviana. Un repaso, casi tributo, a su Asturias: la Carretera de Avilés, el Fandangu des llobos con el que los gaiteros intentaban esquivar a los cánidos cuando cruzaban la montaña para las romerías, el viejo autobús de La Carriola o al baile de El Pericote. Un homenaje que también incluyó a sus maestros Ramón Prada e Ignacio Noriega y en el que dedicaría a los Xeremiers de Pollença el tema Luz de domingo, de la banda sonora de la película homónima de José Luis Garci.
 
Del fandango a la suite pasando por el xiringüelo. Como en diálogo con aquellos puristas que criticaron su gaita electrónica –la misma que ahora remodela, comercia y hace sonar incluso como un acordeón para Vueltes– Hevia recuerda que el origen de muchas de sus canciones son actualizaciones de temas y escenas populares de la tradición asturiana. La banda del asturiano fue creciéndose sobre el escenario en busca de los temas más conocidos. Si la muñeira de Barganaz consiguió levantar las primeras manos, la noche llegó al éxtasis con Busindre reel, la canción que haría famoso al gaitero a finales de 1998. Un corro de bailarines hipnotizados había invadido la arena. Luego enlazó con Tanzila y Los mártires de Rales, singles de sus siguientes discos. Y el concierto se fue apagando calle arriba y coche adentro mientras yo volvía a maldecir el dejar un concierto a medias por la profesión.

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